Sevilla: de procesiones y capillitas

miércoles, marzo 23, 2016
Miércoles Santo en la Plaza de San Francisco, Sevilla, España (foto: sevilla.abc.es)

Si estaba viviendo en Sevilla, ¿cómo perderme la Semana Santa? En el receso de primavera, decidimos irnos a Francia y Reino Unido, seguiríamos a Irlanda pero yo quería pasar por la experiencia de vivir la Semana Mayor en donde mejor se celebra en toda España: Sevilla. 

Todo está listo en Sevilla. Todos ya se han comprado los ajuares que lucirán esta semana. Las calles se encuentran repletas de sevillanos y de turistas de todas partes del mundo. Pero silencio por el día que es Semana Santa en Sevilla y cerveza por la noche para ver pasar a la Virgen y al Cristo.

A los capillitas les encantan tanto las procesiones como a un caco le gustan las Jordan. Los capillitas son un fenómeno español, aquí en Puerto Rico sería difícil de entender. Son personas excesivamente devotas a la Semana Santa y todo lo relacionado a ella, sí, pero solo a esa semana. Se podrían comparar con los anticapitalistas que van a comprar en el Viernes Negro o con los independentistas que votan popular para no perder su voto, es algo así, pero con la Iglesia y con la Semana Santa. 

En Sevilla, según el Consejo General de Hermandades y Cofradías, existen más de 100. En Semana Santa -Hermandades de Penitencia- hay sobre 60 de ellas que salen a realizar sus procesiones. Aunque en realidad solo importa la Macarena, el Gran Poder y quizá la Esperanza de Triana, esas que salen en la Madruga’. De ellas tres todos los hombres anhelan ser hermano mayor. Si lo logran, equivale a ser una figura pública, pues la gente no te dejará pagar en las barras, te abrirán paso cuando te vean pasar por la calle y, más aún, se emocionarán al saludarte. 

Esta jerarquía, que va más afincada por la amistad, por el dinero que diezmas o por tu posición social -más que por la propia fe y devoción- hace que quien asista a las procesiones de San Roque o San Isidro se le califica automáticamente como un capillita, pues son las menos acudidas. 

El capillita es fácil de identificar. Aunque no asista a misa con regularidad, en Semana Santa se arregla y se viste en filo con el medallón colgado del cuello, para que todos vean su supuesta gran devoción. Visten con camisa blanca, corbata a tono con su esposa -ella con traje largo, mantillas y tejas-, chaqueta oscura en la mayoría de los casos azul y con los botones dorados, el pantalón puede combinarse con gris o puede hacer juego con el gabán, los zapatos tienen que ser de charol y por obligación llevar gel en el cabello. 

Bulla en el puente de Triana (foto: europapress.es)

Sí, así salen, con la calor que hace en Sevilla, con lo mucho que tienes que caminar, pero todo sea por las apariencias. El capillita gasta todo su dinero o se embrolla en el banco para estar a la altura en la Semana Santa y en la Feria de Abril. Así como lo gastamos nosotros en un carro o para irnos a Disney, así lo hacen ellos. Son dos semanas de despilfarro total. 

- ¡Qué esto es lo más grande del mundo entero! - se escucha decir por el puente de Triana o por la calle de los Reyes Católicos. 

Y es que los capillitas se pasan hablando todo el tiempo de la Semana Santa, viven por su hermandad, otorgándole más tiempo y dinero a ella que a su propia familia.

Esos días, como tenía cara de extranjero, claro que me miraban y rápido se me acercaban. Me hablaban de Sevilla, de lo tradicional que es la Semana Mayor allí, me hablaban de lo importante que es ser hermano, claro pero también de que su hermandad es la más importante de todas. 

- Hoy en Viernes Santo, hoy pasa por aquí por el Puente de Triana El Cachorro y ya verás como se te va a acelerar el corazón cuando lo veas. Se te van a salir las lágrimas. ¡Es hermoso! 

Silencio sepulcral. Está anocheciendo y la gente calla. Es El Cachorro que pasará por Triana. La banda viene anunciando su llegada. La gente no habla, con cerveza en mano miran la imagen. Algunos lloran. “¡Qué viva!”, grita uno rompiendo el silencio. “¡Viva!”, contesta la muchedumbre. Pasó por su frente. Ya todos vuelven a su estado normal, aunque la Virgen sigue a pasos de ellos, pero ya pasó. A mí, se me pararon los pelos, pero sé que no puedo sentir lo mismo que sienten ellos por no haber nacido allí, en Sevilla. 



La Semana Santa en Sevilla, tiene su propia aplicación para teléfonos inteligentes para que esten al tanto de los horarios, pero el capillita no la necesita, él se los sabe todos de memoria. Así mismo, se sabe todos los atajos para llegar de un lugar a otro. Que si para llegar de Triana a La Campana no se coge por la calle de los Reyes Católicos, se coge por el Puente del Cristo de la Expiración para poder llegar a tiempo. Y no le digas que te espere porque no esperan ni a sus propias madres.

La gente corre. La muchedumbre avanza rápidamente por las calles de Sevilla para lograr ver todas las procesiones posibles, pero que no cunda el pánico. Lo que para nosotros resulta ser un caos total de gente llevándose enredado todo lo que a su paso se le interpone, no es así. Todos saben a donde van y cómo van. Más aún el capillita, que tiene un tiempo contado para llegar de un lugar a otro. Que sabe dónde se va a parar para verla mejor. Pues, como buen sevillano, no puede perderse las imágenes que lleva anhelando ver por un año entero. 

Y así, Sevilla no ha logrado contaminarse con los ideales izquierdistas que los gobiernan, o al menos no han querido dar el paso. Y es que Sevilla es Sevilla y tiene un color especial que ninguna otra ciudad de Andalucía puede comparar. Tan especial que no es ni España. “Primero soy sevillano, luego español”, me han dicho muchos de ellos. Pero se convive igualmente con el sentimiento dual, el mismo que separa a Sevilla de Triana, a los izquierdistas de los de la derechistas, a los de La Macarena de los de El Gran Poder, a los del Betis de los del Sevilla y así seguirán gracias a los propios sevillanos que no hay quien los entienda. 

- Sabes, yo soy de la Esperanza de Triana y a ella le debo to’. Yo nací ahí, hice mi comunión ahí, me confirmé, me casé ahí y mis hijos también han seguido los mismos pasos. Yo le pedí a la Virgen de Triana que mi hijo mayor se curar de una fiebre que no se le quitaba y la virgen lo hizo. Por eso no le puedo faltar. 

Tal vez esa es la expresión que resume lo que es la Semana Santa en Sevilla, que no va mucho de religiosidad y de fe, sino más bien de cultura y recuerdos que avivan cada vez que un sevillano ve pasar por delante de sí a la virgen que tanto le ha ayudado a sobrevivir o sobreponerse a toda la adversidad que atañe a esta ciudad especial por demás. 

La Esperanza de Triana (foto del blog Gente de Paz)

Las esposas de los capillitas, siempre andan en un segundo lugar, bueno eso aparentan. Son las que se encargan de planchar los vestidos, los gabanes y las túnicas de nazarenos; de cocer y remendar; de encargarse de que los hijos estén preparados y de cocinar ese rico bacalao que solo se hace en la Semana Santa. Pero tienen su recompensa. El marido para esta semana le compra un par de vestidos a su entalle, justo como le gustan a ella, de esos que no se puede comprar en todo el año. Esa semana, se pone hermosa, se arregla el pelo, se pinta la cara y con abanico en mano sale a la calle del brazo de su capillita, sin quitarle mucho protagonismo al hombre. 

- Ahora no sé porqué las mujeres también son cofrades, algo que siempre ha sido de hombre - me dijo aquel varón mientras esperábamos que pasara La O. 

Queriendo o sin querer, Sevilla no puede desligarse del machismo extremo que sufre. Sin embargo, no hay día que el capillita no llame a su madre para cuan insignificante problema se le aparezca en el camino. 

Es normal que en la Semana Santa se escuche a los hombres -varoniles, machos hechos y derechos- hablar del vestido de la virgen, de las flores, de los aretes y de cómo baila al dar la vuelta en la esquina del Relator. 

- Mírala que hermosa viene. ¿Qué no está guapa?
- Sí, pero más me gustaba el vestido del año pasado. Mírale esa puntilla.
- Vamo’ hombre, que es nuestra virgen, que está guapa y punto. Mírale esos pendientes.
- Los pendientes sí se le ven bien y van con las flores que le han puesto.
- Pero mírala bien, ya lleva 12 horas dando vueltas la pobre, viene cansa’. 

Así son las conversaciones normales de los hombres en la Semana Santa y es que en esas fechas todos andan sensibles y no hay espacio para el machismo. Todo se lo deben al encargado de que todo eso sea posible, que fuera de esa Semana lo critican por su preferencias sexuales. Pero en la Semana Santa no. Es él, el que ha preparado a la virgen, él que la ha puesto hermosa. El que con sus propias manos le ha cocido el traje y la ha vestido con el más cuidadoso detalle y ritual que se merece. Le ha hecho los arreglos florales, ha coreografiado a los nazarenos y ha preparado a los costaleros. Es él, el que no se puede comparar con ninguna de las mujeres devotas ni con el más macho de todos los cofrades, pues ninguno de ellos conoce ni puede entregarse tanto a la preparación de la Señora Madre. 

Entonces, en ese momento cuando ya la virgen ha llegado de su procesión por todas las calles de Sevilla, que todos -con mezcla de alegría y tristeza pues tienen que esperar un año más para volver a ejecutar el mismo acto que escenifican Semana Santa tras Semana Santa- en ese instante es que las lagrimas solapan la cara de muchos. Es el momento máximo de felicidad, cuando se le ve llegar a su capilla o a su parroquia, es el momento de aquellos que se han esmerado por rendirle culto a la Semana Mayor, a su virgen, a su Cristo, a las mujeres o a los homosexuales. Sevilla en Semana Santa es sin más una fiesta para exaltar a los suyos.



Compártelo

XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

Publicaciones Relacionadas

Próximo
« Anterior
Anterior
Next Post »