Lluvia, baile y celebración en el concierto de la UPRRP

sábado, septiembre 03, 2016
La bomba de La Tribu de Abrante y la salsa de Ismael Miranda conquistaron a los gallitos y jerezanas en una noche de mucho baile y lluvia. (Twitter)

Llovía. El cielo se empeñaba en aguar la fiesta. Jueves, son las ocho y la noche confabulaba para darle un respiro y un espacio para que los prepas gallitos y jerezanas disfrutaran de su noche: su concierto de bienvenida a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. La Tribu de Abrante e Ismael Miranda, harán lo que saben hacer para que esta noche -que da inicio a un año académico- sea una memorable para todos los presentes.

La Tribu de Abrante se encontraba en la tarima y el cielo solo dio 15 minutos para el baile. Se precipitó el agua. La gente corría a resguardarse de la lluvia. Pocos se quedaban moviendo las caderas con o sin sombrillas que les protegieran del agua.

Debajo de la torre muchos se resguardaban de la lluvia. La misma torre que ha visto decenas de manifestaciones y ha sido testigo por años de luchas sociales, hoy protegía a esos prepas que inician su camino al futuro. Allí, muchos movían sus pies al son de la música; en parejas o solos, el objetivo era el mismo, disfrutar de la noche.

Otros pocos, revivieron esos días en que sus padres los dejaban corretear debajo de la lluvia para mojarse. Y se mojaron. Y bailaron bajo la lluvia.

“Aquí no hay miedo, lo dejamo’ en la gaveta”, cantaba La Tribu. Y finalizaron con María Luisa que puso a menear las caderas de todo el que allí dijo presente.

Ahora, a las nueve, varios músicos se preparan. Afinan los cueros, ajustan boquillas, realizan sus rituales, prueban el sonido. 15 minutos más tarde comienzan a tocar. El área frente a la tarima se desborda. Una pareja de mujeres se menean coquetas, esa coquetería que nace de la salsa, de sentir la música, de mover la cintura y mirar a los ojos de la otra persona.

Y llegó. Con camisa azul, pantalón negro y escoltado de una orquesta vestida de negro, Ismael Miranda hizo su entrada: “No me digan que es muy tarde”, cantó y la gente gritó con fuerza, con mucha fuerza.

“Aquí la gente es salsera. Aquí a la gente le gusta la música”, dijo El Niño Bonito de la Salsa, que a sus 66 años, de niño lo que le queda es el espíritu, la fuerza y el corazón.

Y así comenzó un repertorio de lo mejor de Ismael Miranda. “Cada cabeza es un mundo”, se escuchaba y los del dance team daban cátedra de cómo se baila una buena salsa.

Continuó con Amigos. “En estos tiempos como que hacen falta amigos”, apuntó y comenzó a cantar. Algunos, no saben bailar, pero menean sus caderas. Otros, bailaban solos. Bailaban acompañados. Bailaban entre tres. Bailaban con los hombros. Bailaban con la cabeza. Era inevitable que se quedaran quietos.

Siguió Como el Águila y Son 45. En el centro de la pista, un joven de camisa blanca, pantalones cortos, medias altas y gorra blanca, sacudía a su pareja como si no hubiese mañana. Se miraban. Sonreían. Él daba vueltas y ella lo seguía. Eran cómplices del momento y la felicidad.

Señor Sereno sonaba y comenzó a lloviznar pero esta vez la gente seguía moviendo los pies. Y la lluvia apretó y en la pista quedaron los cocolos de corazón. “Ahora sí, vamos a ver quién da más”, se escuchaba y la lluvia se detuvo. Y los pies volvieron a moverse. Y ahora las caras mojadas y no se sabe si es por el sudor o por la lluvia. Y cantó María Luisa antes de despedirse.

Pero el público no lo dejó. Al grito de otra, regresó al escenario con No me digan que es muy tarde ya, y la gente soltó los últimos cartuchos para demostrar sus quilates en la salsa.

Minutos después solo quedó la torre. La siempre erguida. La misma que seguirá vigilante ante un año lleno de retos. Entre una junta de control fiscal que se aproxima y unas elecciones decisivas para el país. ¿Cuántas luchas se librarán este año?

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Original del publicado en Diálogo

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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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