El Centro de Investigaciones Arqueológicas: una joya sin pulir

lunes, agosto 22, 2016
Desde su fundación en 1947, y adscrito al museo de la UPR, el centro ha realizado un gran aporte en la cultura puertorriqueña, descubrieron la cultura de La Hueca y rehicieron los esquemas migratorios y culturales que hasta entonces eran intocables.

En el sótano de lo que una vez fue Registraduría, allí en Humanidades, se esconde un mundo lleno de antigüedades. Es la cueva del origen de la vida. Son los cimientos de lo que hoy llamamos cultura puertorriqueña.

En las paredes del Centro de Investigaciones Arqueológicas se encuentran unas 2,000 bandejas -de 20 libras cada una- llenas de piezas indígenas. Las cajas sin clasificar están por doquier, es casi imposible caminar sin tropezar. Las paredes dan fe de que allí no se ha limpiado ni pintado por décadas. Al instante, se siente que la garganta pica, es evidente el hongo que allí tienen su reino intocable.

Pero Luis Chanlatte e Yvonne Narganes ya están inmunes. La fuerza inmunológica, al parecer, también se gana con la costumbre, con la pasión y con el trabajo intenso.

Y es que, si estamos celebrando los 65 aniversarios de fundación por ley del Museo de Historia Antropología y Arte (MHAA), no podemos dejar a un lado esta joya arqueológica adscrita a la institución.

El Centro fue fundado en 1947 por Ricardo Alegría y desde entonces no ha dejado de ser pieza clave y de controversia en la arqueología puertorriqueña.

Pero hubo un antes y un después. Hace 51 años, por invitación del propio Alegría, llegó al centro -desde República Dominicana- Luis Chanlatte.

“En realidad yo creía que yo venía a trabajar con él en el Instituto de Cultura, pero cuando llegué aquí donde me mandaron fue a la universidad, al museo. Estas son las cosas que el destino le depara a uno. Me pusieron aquí provisionalmente y llevo aquí 51 años. El destino es una maravilla”, dijo con voz pausada, como de quien ha vivido 91 años.

Chanlatte no perdió tiempo. El centro necesitaba actualización y buscó la manera de convencer a la universidad de que había que crear un programa de investigación para poder revisar los yacimientos desde nuevos criterios. Y sucedió. Como muy pocas veces sucede en el primer centro docente del país. Abrieron el programa.

El antropólogo y arqueólogo decidió ir primero a la Central Rufina en Guayanilla. Allí, “localizamos material Saladoide muy interesante, algo que no se había reportado. El Saladoide había desarrollado diseños policromados -con más de dos colores-. Eso rompió el esquema que se había conocido hasta ese momento”, contó.


Pues anterior a este descubrimiento, solo se habían reportado diseños de la cultura Saladoide en dos colores. Según el experto, el Saladoide tiene su origen en Venezuela, en el bajo Orinoco.

En 1977 y en busca de responder a la interrogante de cuándo el Saladoide desarrolló los tres colores o más, se fue a la isla de Vieques. Desde ese momento, la historia en Puerto Rico es otra. En aquellas tierras, Chanlatte y su equipo pudieron apreciar la misma policromía y comprobaron que ese desarrollo proviene de las Antillas Menores. Pero la cosa no se quedó ahí.

Siguieron excavando en la finca de Sourcé y apareció otra cultura, una que no usaba la pintura y cuyos incisos eran mayormente entrecruzados.

“Eso nos cogió de sorpresa porque era otra cosa completamente diferente. Seguimos explorando el área y descubrimos cuatro lugares más con las mismas cerámicas. O sea, era una aldea. Como no sabíamos exactamente su origen, su procedencia, pues le pusimos el nombre del sitio donde se descubrió, que fue en el barrio La Hueca”, puntualizó.

Por tal razón, tuvieron que modificar el esquema cultural que existía hasta el momento. Crearon uno que presentaba dos culturas. Eso causó un lío en el mundo arqueológico porque rompieron con los paradigmas intocables de hacía 40 años.

Entonces, una voz resaltó en el centro. Era la de Yvonne Narganes quien se había mantenido atenta a las palabras de su compañero de trabajo desde hace 34 años. “Resulta que esta que no pinta y que no es vistosa su cerámica, pero tiene unos amuletos con unos cóndor que ahora son emblemáticos. Y esa fue la diferencia y lo que causó las peleas por 25 años. Hasta el sol de hoy está la guerra arma’ pero más suavecita porque ha aparecido en otros sitios”.

Yvonne Narganes, del Centro de Investigaciones Arqueológicas. (José Karlo Pagán/Diálogo)

“Esa es la aportación del centro. Ese nuevo esquema cultural antillano que cambia la historia de las Antillas. Establecer nuevas migraciones del continente suramericano y del continente centroamericano hacia las Antillas”.

Según los expertos, cuando esta población de La Hueca llega a la isla, ya vivían los arcaicos. Se sobre puso la convivencia entre ambos. Los arcaicos aprendieron a hacer las cerámicas hasta que desarrollaron sus propios estilos.

Cabe resaltar que los arcaicos habían llegado a la isla antes de la cultura Saladoide y de La Hueca, pero no eran ceramistas, sino agricultores y recolectores. De esta forma, se van culturizando a partir de estas influencias y de ese junte nacen las nuevas culturas que conocemos como taínas.

Pero estas teorías, en el momento, crearon conmoción. “Yo creo que nos tienen en esta cueva de castigo”, dijo Chanlatte a modo de chiste.

Pero Narganes no se pudo contener e inquirió, “aquí estamos escondidos, pero internacionalmente nos conocen”.

Un centro de investigación sin presupuesto para investigar

Pero entre broma y broma, la verdad es que el centro no cuenta con unas instalaciones apropiadas para preservar e investigar todo el acervo arqueológico que allí se encuentra.

Además, el presupuesto de operaciones –$15 mil anuales- se le quitó hace unos cuatro años. Con ese dinero Chanlatte y su equipo iban todos los años por al menos tres meses a los yacimientos a realizar las excavaciones.

Aun así, el centro ha producido 12 libros y catálogos; ha realizado nueve exposiciones arqueológicas; han sido deponentes –nacional e internacionalmente- en 25 ocasiones; y han producido, gracias a la utilización del material arqueológico, 15 tesis.

“Pero ahora mismo nos dejaron sin teléfono. Nos lo cortaron”, dijo Narganes mientras enseñaba un teléfono antiguo instalado en la oficina de Chanlatte. “Por suerte tenemos Internet”, pronunció entre carcajadas.

Chanlatte y Narganes, quienes después de tantos años en el 2004 fueron reconocidos por la universidad como docente, son las únicas personas encargadas del centro. Ambos son responsables de dirigir y ejecutar todo tipo de trabajo que van desde el estudio de campo hasta las investigaciones en el laboratorio.

“Yo sé que la universidad reconoce esto [el centro]. No es que no lo reconozca, es que tiene otras prioridades”, aclaró la doctorada en 2015 por su tesis Sorcé historia de una aldea Saladoide de pescadores.

Sin embargo, desde 1987 están pidiendo un museo de arqueología o al menos una sala permanente dentro del MHAA, pero no pasa nada. El edificio Masónico se les había asignado pero nunca se completaron los trámites.

Entonces, muchos estudiantes van a reclamar que el acervo arqueológico que allí se encuentra es del pueblo de Puerto Rico y que debería estar exhibiéndose. Chanlatte y Narganes están claros de eso. Pero sin un espacio adecuado, no se pueden exhibir, explicaron.


“Los estudiantes y los profesores piden una sala de exposiciones permanente de arqueología porque esa es la historia indígena del país”, añadió Narganes.

Por tal razón, cuando se logra una exposición en la sala del MHAA, que lleva 17 años con el ala oeste de su edificación clausurada por mala planificación en la construcción del Tren Urbano, el centro aprovecha y en los catálogos incluyen una monografía estrecha para así divulgar los pormenores de la cultura y de los trabajos que han realizado.

“Pero esperamos que algún día la universidad nos dé un espacio adecuado para que los investigadores y estudiantes puedan continuar haciendo sus trabajos”, finalizó la doctora con un hilo de esperanza en sus ojos.

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Original del publicado en Diálogo

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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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