Para Benito Ponte nunca ha sido necesario hablar de su sexualidad. Al menos no con su familia. Nunca le contó a sus padres que guardaba una relación amorosa con el padrino de sus hijas. A ellas tampoco se lo ha dicho, aunque lo saben.
Desde que tiene uso de razón, Benito (nombre ficticio) ha estado claro de su orientación sexual. Eso, sin embargo, no evitó que “siempre estuviera en el clóset”. No tuvo relaciones sexuales con ningún hombre, mas sí aventuras –quizás inocentes– con algunos familiares, confesó, mientras bajaba el tono de su voz para que no lo escucharan en el café.
“En mis tiempos esas cosas no se decían”, explicó Benito, de 71 años, quien corrió de pequeño por las calles de Condado y recibió su instrucción en Robinson School. Tuvo dos novias. Con la última se casó y tuvo gemelas, que le han regalado dos nietas y tres bisnietos.
Pero sucedió lo inevitable. Un primo de su esposa lo llevó a redescubrir su homosexualidad. Se lo dijo a su esposa, de quien se divorció tiempo después por razones no relacionadas a este despertar.
Fue entonces cuando Benito comenzó a visitar las barras y discotecas gays de aquellos tiempos. La primera fue Boccaccio, donde acudió con una vergüenza indescriptible, recordó.
Así, visitó cuanto sauna y cine gay existía en la zona metropolitana de aquellos tiempos. En uno de esos cines –incluyendo el ya desaparecido Lorraine en Santurce, que pasaba películas porno y donde los visitantes daban rienda suelta a sus pasiones carnales– conoció, hace ya 40 años, al amor de su vida.
“Nos vimos y rápido se prendió la chispa. Nos enredamos ese día, pero también nació algo más”, contó Benito, sonrisa y mirada tierna a la vez, como hacen quienes encuentran su alma gemela.
La imposibilidad de un refugio
Pero el tiempo pasa y no perdona.
Hace unos años, el compañero de vida de Benito sufrió un ataque al corazón y tuvieron que hacerle un bypass. En su desesperación –y ante la urgencia de cuidado que requería su esposo– este decidió buscar una égida o asilo que pudiera cubrir las necesidades de su pareja y, de paso, los cobijara.
Llamó a cuatro: el Edificio Petroamérica Pagán de Colón, la Égida de las Enfermeras, el Hogar Nuevo Horizonte y el Hogar Nuestra Señora de la Providencia, todas en San Juan.
Ninguno aceptó a dos hombres en una misma habitación.
“Me puse histérico. Yo le escribí una carta al seguro social, a la American Association of Retired Persons (AARP), a una amiga abogada, a mi seguro de vida. Yo creo que el único que me faltó llamar fue al gobernador”, dijo Benito. Hoy lo cuenta con una gracia peculiar, pero en el momento –aseguró– la indignación por lo sucedido fue grandísima.
En medio de la conversación, Benito sacó su celular y mostró un mensaje de texto de Casa Bella-Senior Resort Living, ubicada en Cupey: no habían cuartos dobles disponibles para parejas del mismo sexo. “Es una forma sutil de decirnos que no”, soltó.
Acto seguido, marcó un número en su celular y comenzó a dialogar:
—Buenas, somos una pareja gay y queremos saber si tiene habitaciones disponibles para nosotros. (Le responden). Yo tengo 71 años. (Le responden). Gracias.
Benito termina la llamada y sonríe.
—Esta me dijo que sí.
—¿Cuál es esa?— preguntó su esposo, quien en ese momento se había unido a la conversación.
—La de allí, de Miramar. La que hicieron nueva.
Benito se refería a Miramar Living, an Insignia Senior Living Community.
—Claro, si son como $3,000 mensuales— soltó el esposo inmediatamente.
Hace unos años, Benito Ponte intentó buscar una égida para él y su esposo pero en cuatro ocasiones se la negaron, pues no ofrecían sus servicios a parejas del mismo sexo. (Suministrada) |
Viejos y viejas queer, una población creciente
La población de Puerto Rico está envejeciendo aceleradamente. El Censo de Estados Unidos estimó en el 2014 que el 22% de la población boricua –es decir, 800,572 personas– tiene 60 años o más. Otro documento, el Informe del Congreso Retos Adultos Mayores 50+ LGBTT en Puerto Rico, realizado por AARP, estima que para el 2020 la población de adultos mayores representará el 25.5% de la población puertorriqueña.
No existen estadísticas en Puerto Rico en cuanto a miembros de la comunidad LGBTTQ mayores de 60 años. No obstante, en Estados Unidos, la Administration on Aging ha calculado que abarca entre 1.75 a cuatro millones de personas aproximadamente.
En Puerto Rico mucho se habla de la vejez y de los derechos que tiene esta población, pero en ocasiones se olvida que también son personas que disfrutan –y manifiestan– su sexualidad. El ejemplo más evidente son los centros y programas para personas longevas que son pensados exclusivamente para heterosexuales.
Diálogo llamó a los cuatro centros de cuidado que Benito quiso ingresar. El Hogar Nuestra Señora de la Providencia dijo que no acepta parejas del mismo sexo porque “la visión del hogar es católico. Sí aceptamos matrimonios que sean por la iglesia”.
La Égida de las Enfermeras y el Hogar Nuevo Horizonte admitieron que sí brindan servicios a parejas del mismo sexo. No conseguimos comunicación con el Edificio Petroamérica Pagán de Colón.
Se hizo, además, diez llamadas a centros de cuidados y égidas en el área de San Juan y solo uno, ubicado en Hato Rey, dijo no brindar servicios a parejas homosexuales.
Los casos, empero, evidencian todo lo contrario: el discrimen hacia esta población persiste.
Vale mencionarse el reto que implicó dar con viejos o viejas queer que contaran sus experiencias de discrimen. Esto no supone que no existan más personas: las hay, pero se negaron a dar las entrevistas, a excepción de Benito.
Los silencios también hablan y dicen mucho más que las palabras.
El discrimen como violencia estructural
Sucede que estos viejos pertenecientes a la comunidad LGBTTQ “son los llamados baby boomers que vivieron el discrimen histórico por su orientación sexual, y ahora en la adultez se suma el ser adulto mayor, lo que implica una doble vara, una doble discriminación”, explicó Mabel López Ortiz, catedrática del Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPRRP).
Esta discriminación también se ve en los centros de cuidado para personas de edad avanzada porque “muchos de estos son cristianos. El cristianismo no armoniza con la homosexualidad o la diversidad sexual” y quienes administran estos espacios “no lo va a permitir y van a tener sus reglas”, sumó la doctorada en la Universidad Complutense de Madrid.
Anterior a la Ley 22 de 2013 –que prohíbe el discrimen por orientación sexual– y la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos en junio de 2015 –que legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo– el Departamento de la Vivienda no ofrecía ayuda a parejas del mismo sexo.
A modo de ejemplo, López Ortiz narró la historia de una pareja de lesbianas que conoció donde una de ellas estaba en cama, y aun así tenían que ocupar apartamentos distintos, pues no les permitieron vivir juntas.
“La poca sensibilidad que hay frente a la invisibilidad histórica de esta población, y el estereotipo de que son solo los jóvenes quienes son gays, lesbianas, bisexuales o trans, provocó que desde ese estereotipo el mismo Estado no se preparara para esto. Creo que es una violencia estructural el no permitir que las personas y las parejas del mismo sexo puedan convivir bajo el mismo techo en un asilo, en una vivienda”, enfatizó la catedrática.
Asimismo, Pedro Julio Serrano, activista por los derechos humanos, añadió que “hemos visto casos de parejas LGBTT que se han tenido que separar porque no aceptan que ellos vivan como pareja en una égida, en un home, y eso es inhumano”.
El director ejecutivo de Puerto Rico Para Tod@s, organización sin fines de lucro que lucha por la igualdad de derechos y la inclusión de las comunidades LGBTT, resaltó el hecho que su abuelo, quien falleció en mayo, era gay y vivió ocultándolo toda su vida por miedo al discrimen. “Quien único lo sabía era yo. El tener que vivir esa invisibilización, eso también hay que combatirlo”, apuntó.
“La gente gay somos gente de carne y hueso como cualquiera", reafirmó Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Coalición de Coaliciones. (José Karlo Pagán / Diálogo) |
El regreso al clóset
Pero no solo son viejos –o viejas– y queer.
Según el informe de AARP, “las personas adultas mayores LGBTT tienden a ser más pobres, a tener menos salud y a vivir más frecuentemente solos y sin familia”.
Con lo anterior coincide Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Coalición de Coaliciones, organización sin fines de lucro en pro de las personas sin hogar en Puerto Rico, quien aseguró que “por lo menos, del 25% al 30% de nuestra población es mayor de 50 años. Y tengo gente tan mayor como 95 años”, de las que un alto número son personas de la comunidad LGBTT.
Rodríguez también ha tenido que lidiar con casos de discrimen. “Una pareja que llevan veintipico de años se quieren ir a vivir juntas a un condominio de estos porque sus ingresos no le dan, y pretenden alquilarle dos apartamentos porque perturban a la comunidad”, narró con disgusto.
Y este es otro problema al que se han tenido que enfrentar los viejos y viejas de la comunidad LGBTTQ: un regresar al clóset para poder recibir los servicios de cuidado y salud.
“Cuando tú pasas los 60 años y tú eres un obrero y el presupuesto de tu vejez es un cheque de 500 pesos del Seguro Social, básicamente dependes de la caridad. Sobre todo, cuando tienes que enfrentar problemas de salud física. Entonces, si tenemos a una persona enferma que tiene pocos ingresos y tiene que irse a un hogar de estos de vivienda, enfrenta tener que volver al clóset para que lo dejen tranquilo”, sostuvo Rodríguez.
El director de la oenegé denunció asimismo el modo en que se negoció el proyecto de ley 238 –la eventual Ley 22 de 2013– porque dejó fuera el discrimen por orientación sexual a la hora de solicitar vivienda.
Sin embargo, el Departamento de Vivienda federal promulgó lo que se conoce como la Ley de Vivienda Justa, diseñada para prevenir el discrimen en el acceso a viviendas a todos aquellos que gocen de fondos federales.
Consecuentemente, queda prohibido que quien recibe fondos federales –sea un administrador o, en este caso, una égida o asilo– le niegue servicios a personas por su orientación sexual.
No obstante, Rodríguez acusó que actualmente “la realidad es que nuestra comunidad está pasando por mil penurias y no tenemos una comunidad gay que apoye. Los adultos gays siguen teniendo sus problemas sin que haya una estructura de nuestra comunidad que los defienda, porque la agenda es –era– el matrimonio”.
“La gente gay somos gente de carne y hueso como cualquiera, que tiene desempleo, que está sin vivienda, que está en la calle, que se le niegan servicios de tratamiento de drogas, que se le niegan servicios de salud mental”, mencionó el activista, quien con su organización ha logrado que Puerto Rico reciba $25 millones en fondos para personas sin hogar.
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Original del publicado en Diálogo.
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