Boricuas que se trasladaron a Nueva York, luego del huracán María, cuentan por qué decidieron irse del país y cómo les está yendo. (Dominik Scythe / Visual Hunt)
A Aurora López Vázquez la decisión le tomó 57 días. Cincuenta y siete días sin luz, sin agua, sin Internet, sin trabajo. Le tomó 57 días de angustia y una semana en el hospital.
“Llegué hasta hospitalizarme en un psiquiátrico y soy una profesional. Tuve que ir a Capestrano y estuve una semana. Por mi situación de salud, salí de Puerto Rico”, contó.
La mujer, natural de Carolina, trabajaba como secretaria en una escuela en Trujillo Alto. Los precios de los artículos básicos estaban en aumento. Llegó a pagar hasta cuatro dólares por el hielo y ochenta centavos por la gasolina.
Le era insostenible.
Entre lágrimas y una voz quebrantada, confesó: “Yo estuve dos días sin nada en mi casa. Nos preparamos, pero no a esta magnitud”.
De sus vecinos no podía esperar mucho. Aunque algunos tenían plantas eléctricas, se negaban a enfriarle una botella de agua.
“Están siendo egoístas. La gente te pelea. La solidaridad es lo que hemos perdido”, soltó.
Del gobierno, recibió menos.
Se cansó.
El 15 de noviembre, Aurora y su hija, Marangely Santiago López, partieron de Puerto Rico hacia la ciudad de Nueva York, a casa de su amiga Doris Plaza. Por suerte, consiguieron pasajes baratos. “¿Y aquellos otros, que me duele, que no puedan salir de la isla?”, cuestionó.
Dos semanas después de su llegada, bajo temperaturas de 30 grados –nada parecido al clima tropical del archipiélago borincano–, Aurora y Marangely se dirigieron al East Harlem, “El Barrio”. Irónicamente, iban al Julia de Burgos Latino Cultural Center en la avenida Lexington con la calle Miss Aida Pérez – Loíza Aldea.
Allí, en una zona que no ostenta lujosos edificios, donde por décadas las minorías se han refugiado haciendo de este su barrio, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, abrió el 19 de octubre un centro de servicios centralizados para las personas afectadas por los huracanes María, Irma o Harvey.
El fin es que, dentro de la caótica ciudad, los damnificados puedan obtener todos los servicios necesarios en un mismo lugar.
“Ves la diferencia –dijo al salir del centro cargando un bulto–, ya tengo toda la ayuda. Yo llegué aquí, solamente para aplicar, y mira cómo salí: con gift cards [tarjetas de regalo], con cupones, coats [abrigo], ropa interior. No es esta la ayuda que hay en Puerto Rico. En un mismo lugar te ayudan con el seguro social, con los cupones, a conseguir trabajo, te ayuda FEMA, te ayuda el servicio médico, solicitas el Medicare. Pero en Puerto Rico hay una burocracia terrible”.
Esa agilidad en las ayudas no se ha visto en la isla, ni por el gobierno local, ni por el federal. A 85 días del siniestro 20 de septiembre, más de la mitad de la población aún carece de energía eléctrica; 15,000 personas militan como novatos en las filas del desempleo; otros miles se encuentran aún en la espera de los toldos azules que ofrece la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) para cubrir los techos que desaparecieron con las ráfagas huracanadas.
“Puerto Rico dice que se levanta y no se va a levantar por el momento. Se levanta el que tiene chavos, el que tenga padrinos, godfather”, expuso a las afueras del centro. “La diferencia entre Puerto Rico y Estados Unidos es en cuestión de ayudar al ser humano, de ser solidarios. Esto es hacer solidaridad. Esto es identificarse con el pueblo que ha sufrido”.
A su lado, Marangely asentía. La joven estudiante perdió sus dos empleos. Trabajaba en dos negocios. Ambos cerraron.
“A mí que me dejen aquí”, soltó Aurora antes de que se marchasen.
A los 15 minutos, otra familia de puertorriqueños salió del centro. María Vega, de Aguada, migró con su esposo y sus dos hijos, de 10 y 11 años. Se mudaron con su madre, María López, quien vive en el Bronx hace 15 años.
“Allá no hay empleos. Acá nos ofrecieron todas las ayudas. Nos ofrecieron para las camas, ayudarnos con la renta, con la comida, con darnos cash [dinero en efectivo]”, indicó la madre.
Del centro, dijeron haber recibido un trato “excelente”, a diferencia de las agencias gubernamentales en Puerto Rico. No dieron muchos detalles, pero una sonrisa genuina se imponía en sus rostros.
“Yo he visto la cara cuando entra la gente triste porque lo han perdido todo, han venido acá y han encontrado que por lo menos la ciudad de Nueva York les ha dado una bienvenida. Que tiene un centro específico donde pueden obtener informaciones. Vemos la reacción, el cambio, cuando entran y cuando salen. Por lo menos, salen con un poquito más de esperanza de lo que han llegado”, dijo la vocera del Departamento de Manejo de Emergencia de la Ciudad de Nueva York, Yokarina Duarte.
Según la funcionaria, el centro ha recibido alrededor de 1,500 visitas, que no necesariamente se traduce en número de personas. Se han acercado desde familias completas, incluyendo mascotas, hasta madres solteras. Aunque han llegado residentes de las Islas Vírgenes, la gran mayoría han sido boricuas.
Lo que le ha sorprendido a Duarte es que muy pocos han requerido servicios de vivienda. “Se están quedando con familiares. Hemos visto que la mayoría de las ayudas que necesitan las personas han sido en servicios sociales y mentales”.
El recorrido por las distintas agencias gubernamentales toma alrededor de dos horas. Por eso, se recomienda cita previa a través del 3-1-1 o en nyc.gov. Sin embargo, no le niegan los servicios a quien llegue de improviso.
Duarte no está ajena de lo que sucede en Puerto Rico. Ella visitó la isla. Llegó con una brigada de la “Gran manzana”. Fueron 278 empleados los que estuvieron recorriendo el País brindando asistencia. La semana pasada, otra brigada llegó a Puerto Rico para ayudar en la recolección de escombros.
“Poder ir a la isla, ver la destrucción que ha habido, ayudar, venir acá [a Nueva York] y seguir ayudando a las personas necesitadas, ha sido un gran alivio. Para nosotros ha sido una de las mejores experiencias y mira que lidiamos con bastantes tipos de emergencias”, manifestó.
Lillian Ortiz Guevara fue otra de las mujeres que visitó el centro. Como ya trabaja a medio tiempo, solo solicitó la cubierta médica del gobierno porque, aseguró, los tratamientos sanitarios son carísimos en la ciudad.
“El recibimiento fue excelente, todo el mundo muy amable, muy dispuesto a ayudar. Lo que sí es que hay demasiada cosa junta, no hay un poco de privacidad para la gente. Había una muchacha que le tocó en la mesa mía y empezó a llorar”, criticó.
La mujer tuvo que dejar a su esposo en Puerto Rico y moverse con su hijo a Nueva York para que continuara sus estudios. La decisión le pesa. Sabe que en su tierra la reconstrucción avanza con tropiezos.
“Todo el mundo en Puerto Rico dice ‘estamos bien’. Cojo.., no estamos bien. Estamos jodí’os. Hay un desastre”, dijo enérgicamente. Suspiró. “Nosotros no nos estamos yendo porque nos da la gana”.
Tras el paso del huracán María, estimados del Centro de Estudios Puertorriqueños del Colegio Hunter de la Universidad de la Ciudad de Nueva York han asegurado que Puerto Rico perderá sobre 470,000 residentes en los próximos dos años. Esto significa una merma de 14% en la población actual.
“Yo no vivo donde vivía, no duermo donde dormía. Estamos aquí porque en realidad lo que está ocurriendo en nuestro país no va adelante, no vemos luz y tenemos que movernos porque no somos un árbol. No es cuestión de que ahora yo no tenga solidaridad, ni sentimiento patrio. Cojo… Es que yo tengo que mantener a mi familia, tengo que trabajar y mi hijo tiene que ir a la escuela, tenemos que seguir. El que se tiene que quedar, pues se queda. Mi marido se quedó, sigue trabajando, pero yo no pude. Y no es fácil”, sostuvo.
A pesar de las críticas que ha recibido por marcharse, encontró en la diáspora un calor familiar. Desde que llegó, ha estado trabajando con diferentes grupos de nuyoricans como: Taller Boricua, La Marqueta, El Barrio’s Artspace y está coordinando La Promesa de Reyes.
“La diáspora ha hecho una labor fantástica. El corazón de la gente de aquí está con nosotros. Mira quién está respondiendo: la diáspora. Qué bueno que se vinieron para acá, para que, en estos momentos de necesidad, pudiéramos contar con ellos. ¡Qué lindo! Yo sé que si ellos necesitaran de nosotros, nosotros también vendríamos para acá a bregar. Ver esa reciprocidad y ese amor tan grande de esta gente, que no se han desconectado de la isla, vale. Esta ciudad tiene mucho que dar para el que quiere bregar”, expresó antes de irse al trabajo.
Sin embargo, no todos los que se han refugiado en la ciudad de Nueva York les ha ido de maravilla.
A finales de octubre, Sheila Ramos decidió dejarlo todo y mudarse a Estados Unidos con sus dos hijas: Idennies Díaz y Alanis Crespo.
“Desde que llegamos aquí nos han tratado súper mal”, dijo Sheila.
De Puerto Rico, ellas viajaron a Washington D.C., a casa de una amiga. Luego de unos días, llegaron en guagua a la ciudad donde habitan más de 8.5 millones de personas. Con todo y maletas, se dirigieron al centro Julia de Burgos. Allí, comenzaría su odisea.
El primer encontronazo fue en la oficina de servicios de vivienda. “Una afroamericana, de apellido Lawrence, nos trató bien mal. Dijo que nada tenía que ver que llegáramos por el huracán María. Se estaba burlando del inglés de mami y le tiró hasta los papeles”, contó Idennies. La funcionaria también cuestionó el parentesco entre madre e hija.
Como no tenían residencia en la ciudad, la familia fue trasladada a un albergue donde tendrían que esperar diez días para recibir la aprobación o denegación del servicio de vivienda pública.
“Cuando llegué al shelter [refugio] me dio un ataque de histeria. No teníamos sábanas, ni almohadas. No había nada. Hacía frío. La calefacción no funcionaba”, rememoró Sheila.
Según las boricuas, el edificio tiene una peste insoportable. Las cucarachas se pasean por los pasillos. Se llevan el agua caliente y deben llegar antes de las diez de la noche.
Luego de los diez días de espera, le llegó las cartas de vivienda y los cupones, en las que les denegaban los servicios. Así, sin explicaciones.
Se dirigieron al Julia de Burgos nuevamente. El trato hosco continuó. “Ya tú recibiste ayudas”, fue la bienvenida. Seguido de un: “No estoy hablando contigo”, a Idennies antes de que le impidieron el paso a la oficina.
Aunque llamaron al 3-1-1 para querellarse, todavía esperan el número de la denuncia.
“Aquí también dan el Welfare, pero yo no me atrevo a solicitarlo. No quiero que piensen que soy una buscona. Yo lo que necesito es un empujón”, aseguró la madre.
Por azares del destino, llegaron hasta la oficina del asambleísta del Bronx Marcos Crespo. Él les atendió. Ellas le contaron sus desdichas. “No se preocupen, no están solas aquí, le vamos a ayudar”, les consoló el político.
Así fue. Crespo llamó al supervisor general de los cupones de la ciudad de Nueva York. Entraron al sistema. Para sorpresa, la funcionara había puesto que la familia recibía seguro social, cuando no era cierto. También se percataron que no habían trabajado el expediente luego del sometimiento. Al menos, eso se resolvió. Eran elegibles.
“Tú sabes lo que es que no hemos podido probar una buena comida desde que pasó María por Puerto Rico”, lamentó Sheila.
Sin embargo, estos traspiés no le quitan el ánimo. Idennies y Alanis no quieren regresar a Puerto Rico.
“Yo voy a dar la lucha. Yo sé que van a venir cosas mejores. No me voy a quitar. No me voy, no me devuelvo”, aseguró.
Entre lágrimas y una voz quebrantada, confesó: “Yo estuve dos días sin nada en mi casa. Nos preparamos, pero no a esta magnitud”.
De sus vecinos no podía esperar mucho. Aunque algunos tenían plantas eléctricas, se negaban a enfriarle una botella de agua.
“Están siendo egoístas. La gente te pelea. La solidaridad es lo que hemos perdido”, soltó.
Del gobierno, recibió menos.
Se cansó.
Aurora López Vázquez (centro) se enfermó mentalmente por la situación caótica de Puerto Rico tras el paso del huracán María. Marangely Santiago López (izquierda), su hija, perdió sus dos empleos por la lenta reconstrucción del servicio de energía eléctrica. A la derecha, Doris Plaza, su amiga, les brindó un hogar en la ciudad de Nueva York. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
Dos semanas después de su llegada, bajo temperaturas de 30 grados –nada parecido al clima tropical del archipiélago borincano–, Aurora y Marangely se dirigieron al East Harlem, “El Barrio”. Irónicamente, iban al Julia de Burgos Latino Cultural Center en la avenida Lexington con la calle Miss Aida Pérez – Loíza Aldea.
Allí, en una zona que no ostenta lujosos edificios, donde por décadas las minorías se han refugiado haciendo de este su barrio, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, abrió el 19 de octubre un centro de servicios centralizados para las personas afectadas por los huracanes María, Irma o Harvey.
El fin es que, dentro de la caótica ciudad, los damnificados puedan obtener todos los servicios necesarios en un mismo lugar.
El centro de servicios Julia de Burgos Latino Cultural Center está ubicado en la avenida Lexington con la calle Miss Aida Pérez – Loíza Aldea, en la zona conocida como “El Barrio”. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
Esa agilidad en las ayudas no se ha visto en la isla, ni por el gobierno local, ni por el federal. A 85 días del siniestro 20 de septiembre, más de la mitad de la población aún carece de energía eléctrica; 15,000 personas militan como novatos en las filas del desempleo; otros miles se encuentran aún en la espera de los toldos azules que ofrece la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) para cubrir los techos que desaparecieron con las ráfagas huracanadas.
“Puerto Rico dice que se levanta y no se va a levantar por el momento. Se levanta el que tiene chavos, el que tenga padrinos, godfather”, expuso a las afueras del centro. “La diferencia entre Puerto Rico y Estados Unidos es en cuestión de ayudar al ser humano, de ser solidarios. Esto es hacer solidaridad. Esto es identificarse con el pueblo que ha sufrido”.
A su lado, Marangely asentía. La joven estudiante perdió sus dos empleos. Trabajaba en dos negocios. Ambos cerraron.
“A mí que me dejen aquí”, soltó Aurora antes de que se marchasen.
A los 15 minutos, otra familia de puertorriqueños salió del centro. María Vega, de Aguada, migró con su esposo y sus dos hijos, de 10 y 11 años. Se mudaron con su madre, María López, quien vive en el Bronx hace 15 años.
María Vega, de Aguada, migró a la ciudad de Nueva York con su esposo y sus dos hijos, de 10 y 11 años. En Puerto Rico no encuentran trabajo. Tras el paso del huracán, unas 15 mil personas quedaron desempleadas. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
Del centro, dijeron haber recibido un trato “excelente”, a diferencia de las agencias gubernamentales en Puerto Rico. No dieron muchos detalles, pero una sonrisa genuina se imponía en sus rostros.
“Yo he visto la cara cuando entra la gente triste porque lo han perdido todo, han venido acá y han encontrado que por lo menos la ciudad de Nueva York les ha dado una bienvenida. Que tiene un centro específico donde pueden obtener informaciones. Vemos la reacción, el cambio, cuando entran y cuando salen. Por lo menos, salen con un poquito más de esperanza de lo que han llegado”, dijo la vocera del Departamento de Manejo de Emergencia de la Ciudad de Nueva York, Yokarina Duarte.
Según la funcionaria, el centro ha recibido alrededor de 1,500 visitas, que no necesariamente se traduce en número de personas. Se han acercado desde familias completas, incluyendo mascotas, hasta madres solteras. Aunque han llegado residentes de las Islas Vírgenes, la gran mayoría han sido boricuas.
Lo que le ha sorprendido a Duarte es que muy pocos han requerido servicios de vivienda. “Se están quedando con familiares. Hemos visto que la mayoría de las ayudas que necesitan las personas han sido en servicios sociales y mentales”.
El recorrido por las distintas agencias gubernamentales toma alrededor de dos horas. Por eso, se recomienda cita previa a través del 3-1-1 o en nyc.gov. Sin embargo, no le niegan los servicios a quien llegue de improviso.
Duarte no está ajena de lo que sucede en Puerto Rico. Ella visitó la isla. Llegó con una brigada de la “Gran manzana”. Fueron 278 empleados los que estuvieron recorriendo el País brindando asistencia. La semana pasada, otra brigada llegó a Puerto Rico para ayudar en la recolección de escombros.
“Poder ir a la isla, ver la destrucción que ha habido, ayudar, venir acá [a Nueva York] y seguir ayudando a las personas necesitadas, ha sido un gran alivio. Para nosotros ha sido una de las mejores experiencias y mira que lidiamos con bastantes tipos de emergencias”, manifestó.
Según Yokarina Duarte, vocera del Departamento de Manejo de Emergencia de la Ciudad de Nueva York, la mayoría de los damnificados que visitan el centro son boricuas. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
La diáspora abraza a los que llegan
Lillian Ortiz Guevara fue otra de las mujeres que visitó el centro. Como ya trabaja a medio tiempo, solo solicitó la cubierta médica del gobierno porque, aseguró, los tratamientos sanitarios son carísimos en la ciudad.
“El recibimiento fue excelente, todo el mundo muy amable, muy dispuesto a ayudar. Lo que sí es que hay demasiada cosa junta, no hay un poco de privacidad para la gente. Había una muchacha que le tocó en la mesa mía y empezó a llorar”, criticó.
La mujer tuvo que dejar a su esposo en Puerto Rico y moverse con su hijo a Nueva York para que continuara sus estudios. La decisión le pesa. Sabe que en su tierra la reconstrucción avanza con tropiezos.
“Todo el mundo en Puerto Rico dice ‘estamos bien’. Cojo.., no estamos bien. Estamos jodí’os. Hay un desastre”, dijo enérgicamente. Suspiró. “Nosotros no nos estamos yendo porque nos da la gana”.
Tras el paso del huracán María, estimados del Centro de Estudios Puertorriqueños del Colegio Hunter de la Universidad de la Ciudad de Nueva York han asegurado que Puerto Rico perderá sobre 470,000 residentes en los próximos dos años. Esto significa una merma de 14% en la población actual.
“Yo no vivo donde vivía, no duermo donde dormía. Estamos aquí porque en realidad lo que está ocurriendo en nuestro país no va adelante, no vemos luz y tenemos que movernos porque no somos un árbol. No es cuestión de que ahora yo no tenga solidaridad, ni sentimiento patrio. Cojo… Es que yo tengo que mantener a mi familia, tengo que trabajar y mi hijo tiene que ir a la escuela, tenemos que seguir. El que se tiene que quedar, pues se queda. Mi marido se quedó, sigue trabajando, pero yo no pude. Y no es fácil”, sostuvo.
A pesar de las críticas que ha recibido por marcharse, encontró en la diáspora un calor familiar. Desde que llegó, ha estado trabajando con diferentes grupos de nuyoricans como: Taller Boricua, La Marqueta, El Barrio’s Artspace y está coordinando La Promesa de Reyes.
“La diáspora ha hecho una labor fantástica. El corazón de la gente de aquí está con nosotros. Mira quién está respondiendo: la diáspora. Qué bueno que se vinieron para acá, para que, en estos momentos de necesidad, pudiéramos contar con ellos. ¡Qué lindo! Yo sé que si ellos necesitaran de nosotros, nosotros también vendríamos para acá a bregar. Ver esa reciprocidad y ese amor tan grande de esta gente, que no se han desconectado de la isla, vale. Esta ciudad tiene mucho que dar para el que quiere bregar”, expresó antes de irse al trabajo.
Lillian Ortiz Guevara tuvo que dejar a su esposo en Puerto Rico y mudarse con su hijo a Nueva York para que continuara sus estudios y conseguir un empleo para sustentar su familia. Lo cuenta con tristeza. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
También se sufre
Sin embargo, no todos los que se han refugiado en la ciudad de Nueva York les ha ido de maravilla.
A finales de octubre, Sheila Ramos decidió dejarlo todo y mudarse a Estados Unidos con sus dos hijas: Idennies Díaz y Alanis Crespo.
“Desde que llegamos aquí nos han tratado súper mal”, dijo Sheila.
De Puerto Rico, ellas viajaron a Washington D.C., a casa de una amiga. Luego de unos días, llegaron en guagua a la ciudad donde habitan más de 8.5 millones de personas. Con todo y maletas, se dirigieron al centro Julia de Burgos. Allí, comenzaría su odisea.
El primer encontronazo fue en la oficina de servicios de vivienda. “Una afroamericana, de apellido Lawrence, nos trató bien mal. Dijo que nada tenía que ver que llegáramos por el huracán María. Se estaba burlando del inglés de mami y le tiró hasta los papeles”, contó Idennies. La funcionaria también cuestionó el parentesco entre madre e hija.
Como no tenían residencia en la ciudad, la familia fue trasladada a un albergue donde tendrían que esperar diez días para recibir la aprobación o denegación del servicio de vivienda pública.
“Cuando llegué al shelter [refugio] me dio un ataque de histeria. No teníamos sábanas, ni almohadas. No había nada. Hacía frío. La calefacción no funcionaba”, rememoró Sheila.
Según las boricuas, el edificio tiene una peste insoportable. Las cucarachas se pasean por los pasillos. Se llevan el agua caliente y deben llegar antes de las diez de la noche.
Luego de los diez días de espera, le llegó las cartas de vivienda y los cupones, en las que les denegaban los servicios. Así, sin explicaciones.
Los servicios del centro Julia de Burgos se ofrecen tanto en inglés como español. El recorrido por todas las agencias que allí se encuentran toma alrededor de dos hora. Se recomienda cita previa. (Para Diálogo: Eduardo Rivera)
Aunque llamaron al 3-1-1 para querellarse, todavía esperan el número de la denuncia.
“Aquí también dan el Welfare, pero yo no me atrevo a solicitarlo. No quiero que piensen que soy una buscona. Yo lo que necesito es un empujón”, aseguró la madre.
Por azares del destino, llegaron hasta la oficina del asambleísta del Bronx Marcos Crespo. Él les atendió. Ellas le contaron sus desdichas. “No se preocupen, no están solas aquí, le vamos a ayudar”, les consoló el político.
Así fue. Crespo llamó al supervisor general de los cupones de la ciudad de Nueva York. Entraron al sistema. Para sorpresa, la funcionara había puesto que la familia recibía seguro social, cuando no era cierto. También se percataron que no habían trabajado el expediente luego del sometimiento. Al menos, eso se resolvió. Eran elegibles.
“Tú sabes lo que es que no hemos podido probar una buena comida desde que pasó María por Puerto Rico”, lamentó Sheila.
Sin embargo, estos traspiés no le quitan el ánimo. Idennies y Alanis no quieren regresar a Puerto Rico.
“Yo voy a dar la lucha. Yo sé que van a venir cosas mejores. No me voy a quitar. No me voy, no me devuelvo”, aseguró.
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Original del publicado en Diálogo.
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