La vejez queer: problemas de invisibilización en esta población

miércoles, julio 20, 2016 Comentar
En esta segunda parte discutimos los problemas y preocupaciones a los que se enfrenta esta comunidad basados en dos estudios que se han realizado en Puerto Rico. (Diálogo)

En sociedades capitalistas como la puertorriqueña se presta mucha importancia a lo nuevo, lo innovador y el impacto económico que el individuo representa para el sistema. Lo viejo queda fuera, rezagado, pues más que una inversión, se considera un gasto.

Lo mismo sucede con la población de adultos mayores. Si, además de ser viejos, le sumamos que una porción de este grupo tiene orientaciones sexuales fuera de lo que se considera “normal” –que ha provocado masacres como la sucedida en Orlando, Florida; o que son condenadas por religiones y gobiernos–, se está doblemente fastidiado, rechazado, olvidado.

En Puerto Rico, ya han surgido varios estudios que buscan visibilizar los problemas a los que se enfrenta este sector de la sociedad. “Los encuestados señalan que son discriminados también por su orientación sexual y por ser viejos y viejas”, aseguró Mabel López Ortiz, catedrática de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPRRP) quien realizó –junto a Xavier Huertas y José Toro Alfonso– la investigación Sujetos con fecha de expiración.

El estudio encuestó a 61 personas de la población gay, lesbiana y bisexual en Puerto Rico con un promedio de 64 años de edad y con estudios universitarios. Además, se entrevistaron tres gays y tres lesbianas.

Los encuestados manifestaron que las mayores necesidades hasta el momento son espacios de esparcimiento para adultos mayores LGBTT (60%), actividades recreativas para esta población (57%), servicios para personas de edad avanzada (50%) y el reconocimiento legal de su orientación sexual (50%).

“Hay pocos servicios –incluso en las oenegé– que se dirijan a esta población. En la investigación surge la necesidad de tener servicios y que el Estado reconozca que hay la necesidad y que se ofrezcan servicios dirigidos a estas personas”, resumió la catedrática del Departamento de Trabajo Social de la UPRRP.

En cuanto a políticas públicas y sociales, los entrevistados sostuvieron que “el Estado no muestra interés en defender sus derechos y ofrecer servicios que se atemperen a sus necesidades”.

A esto, López Ortiz añadió que en Puerto Rico “no hay política social dirigida a defender derechos sociales y humanos de todo el mundo. La política social y la política pública es focalizada, a fragmentos [de la población], y no una mirada inclusiva de los derechos. Eso es un problema”.

En relación a este tema, Carlos Rodríguez Díaz, catedrático de la Escuela Graduada de Salud Pública de la UPRRP, apuntó que “la gente está cambiando, la sociedad está cambiando más rápido que las políticas públicas y las estructuras”.

“Estamos teniendo un cambio demográfico donde vamos a tener una sociedad primordialmente de adultos, adultos mayores y viejos, y eso implica que tenemos que crear condiciones para que esa gente pueda estar bien y saludable”, continúo.

Y es que hay que tener presente, asegura Rodríguez Díaz, que esta población invisibilizada –los viejos y viejas de la comunidad LGBTT– no es igual a la de los jóvenes del mismo grupo. “La gente que es vieja hoy vivió bajo otras circunstancias sociales donde se patologizaba los asuntos identitarios no heteronormativos. Esto fue gente que creció joven pensando que estaban fundamentalmente mal”, puntualizó.


Además, Rodríguez Díaz enfatizó que no cree que existan muchos servicios para estas poblaciones. “Yo creo que hay gente con muy buenas intenciones de prestar servicios, pero creo que hay más demanda que servicios disponibles”, dijo.

“La gente está cambiando, la sociedad está cambiando más rápido que las políticas públicas y las estructuras” aseguró Carlos Rodríguez Díaz, catedrático de la Escuela Graduada de Salud Pública de la UPRRP. (José Karlo Pagán / Diálogo)

AARP y su búsqueda por la visibilidad


Precisamente en la línea de satisfacer la demanda de un sector poblacional creciente, la organización sin fines de lucro AARP (American Association of Retired Persons) en Puerto Rico, que busca mejorar la calidad de vida de las personas retiradas, también realizó un proyecto para identificar los retos de la comunidad LGBTT de 50 años o más.
Entre las principales preocupaciones encontradas en el estudio –donde participaron 86 personas LGBTT– están la inquietud por su futuro económico; la desigualdad en beneficios y ayudas gubernamentales y federales; la intranquilidad de cómo satisfacer sus necesidades; y la preocupación de que tendrán un cuidado de salud inferior al resto de la población.
“Hay que repensar la manera de acceder y proveer los servicios y de enfocar las prioridades y las estructuras de salud, de servicios sociales, de atención en general. Tienen que reenfocarlos porque vas a tener una población vieja de personas que no necesariamente van a tener el mismo acceso, la misma movilidad, los mismos recursos para obtener esos servicios”, subrayó Ángel Luis Hernández, coordinador del Informe del Congreso Retos Adultos Mayores 50+ LGBTT en Puerto Rico.
Lo que surgió de este informe, según Hernández, es que se promuevan cambios verdaderos en el marco de la equidad legal, “porque podemos generar leyes, podemos generar cambios en reglamentos pero, usualmente, el mensaje se queda en los altos niveles y no llega al de abajo”.

¿Égidas LGBTT o égidas inclusivas?

Como se destacó en la primera parte de este reportaje, y lo que resultó un tema recurrente en ambos estudios, uno de los principales problemas para esta población es el acceso a la vivienda.
La investigaciones en la Isla están buscando visibilizar los problemas y temores de la población LGBTT de 50 años o más en Puerto Rico. (Archivo)


“La persona, aunque no se lo digan directamente, si quiere recibir los servicios y los beneficios en estos lugares de atención de salud y asistencia para sus padecimientos, tiene que retraerse y recogerse [de su identidad sexual]”, aseguró Hernández.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué no crear centros de cuidado o égidas exclusivos para la comunidad LGBTT como lo han hecho España, Alemania, Estados Unidos, Australia, India y Argentina?
A esto, Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Coalición de Coaliciones, respondió sin titubeos que “no podemos seguir construyendo guetos donde sigamos segregando a la gente por grupos, porque la gente –los gays, los viejos, los negros y todo el mundo– pertenece a la misma comunidad”.
Y es que Rodríguez no cree en las viviendas especializadas para los viejos y viejas con orientaciones sexuales no heteronormativas, pues las considera excluyentes. “Nuestra comunidad se ha acostumbrado a esa marginación. Nos sentimos más cómodos en una barra gay porque nos sentimos más libres, porque es nuestro espacio. Pero yo siempre he pensado que nos estamos marginando nosotros mismos. Que tengo que esconderme todavía”.
A este mismo pensar se une la catedrática López Ortiz, quien prefiere centros integrados donde residan todos, pues para ella una parte importante es visibilizar a este sector. “A mí, me gustaría que realmente fueran centros de viejos y viejas o centros de adultez avanzada integrales, donde estemos todos y todas, donde superemos ese estigma de la comunidad gay y la comunidad heterosexual, que lo superemos y hablemos de seres humanos”, planteó.

Los viejos LGBTT: los doblemente discriminados

martes, julio 19, 2016 Comentar
Hay problemas que no están a simple vista. Este es uno de ellos: los miembros de la comunidad LGBTTQ mayores de 50 años están siendo doblemente discriminados y hasta se les han negado servicios de vivienda. (Suministrada)


Para Benito Ponte nunca ha sido necesario hablar de su sexualidad. Al menos no con su familia. Nunca le contó a sus padres que guardaba una relación amorosa con el padrino de sus hijas. A ellas tampoco se lo ha dicho, aunque lo saben.

Desde que tiene uso de razón, Benito (nombre ficticio) ha estado claro de su orientación sexual. Eso, sin embargo, no evitó que “siempre estuviera en el clóset”. No tuvo relaciones sexuales con ningún hombre, mas sí aventuras –quizás inocentes– con algunos familiares, confesó, mientras bajaba el tono de su voz para que no lo escucharan en el café.

“En mis tiempos esas cosas no se decían”, explicó Benito, de 71 años, quien corrió de pequeño por las calles de Condado y recibió su instrucción en Robinson School. Tuvo dos novias. Con la última se casó y tuvo gemelas, que le han regalado dos nietas y tres bisnietos.

Pero sucedió lo inevitable. Un primo de su esposa lo llevó a redescubrir su homosexualidad. Se lo dijo a su esposa, de quien se divorció tiempo después por razones no relacionadas a este despertar.

Fue entonces cuando Benito comenzó a visitar las barras y discotecas gays de aquellos tiempos. La primera fue Boccaccio, donde acudió con una vergüenza indescriptible, recordó.

Así, visitó cuanto sauna y cine gay existía en la zona metropolitana de aquellos tiempos. En uno de esos cines –incluyendo el ya desaparecido Lorraine en Santurce, que pasaba películas porno y donde los visitantes daban rienda suelta a sus pasiones carnales– conoció, hace ya 40 años, al amor de su vida.

“Nos vimos y rápido se prendió la chispa. Nos enredamos ese día, pero también nació algo más”, contó Benito, sonrisa y mirada tierna a la vez, como hacen quienes encuentran su alma gemela.


La imposibilidad de un refugio


Pero el tiempo pasa y no perdona.

Hace unos años, el compañero de vida de Benito sufrió un ataque al corazón y tuvieron que hacerle un bypass. En su desesperación –y ante la urgencia de cuidado que requería su esposo– este decidió buscar una égida o asilo que pudiera cubrir las necesidades de su pareja y, de paso, los cobijara.

Llamó a cuatro: el Edificio Petroamérica Pagán de Colón, la Égida de las Enfermeras, el Hogar Nuevo Horizonte y el Hogar Nuestra Señora de la Providencia, todas en San Juan.

Ninguno aceptó a dos hombres en una misma habitación.

“Me puse histérico. Yo le escribí una carta al seguro social, a la American Association of Retired Persons (AARP), a una amiga abogada, a mi seguro de vida. Yo creo que el único que me faltó llamar fue al gobernador”, dijo Benito. Hoy lo cuenta con una gracia peculiar, pero en el momento –aseguró– la indignación por lo sucedido fue grandísima.

En medio de la conversación, Benito sacó su celular y mostró un mensaje de texto de Casa Bella-Senior Resort Living, ubicada en Cupey: no habían cuartos dobles disponibles para parejas del mismo sexo. “Es una forma sutil de decirnos que no”, soltó.

Acto seguido, marcó un número en su celular y comenzó a dialogar:

—Buenas, somos una pareja gay y queremos saber si tiene habitaciones disponibles para nosotros. (Le responden). Yo tengo 71 años. (Le responden). Gracias.

Benito termina la llamada y sonríe.

—Esta me dijo que sí.

—¿Cuál es esa?— preguntó su esposo, quien en ese momento se había unido a la conversación.

—La de allí, de Miramar. La que hicieron nueva.

Benito se refería a Miramar Living, an Insignia Senior Living Community.

—Claro, si son como $3,000 mensuales— soltó el esposo inmediatamente.

Hace unos años, Benito Ponte intentó buscar una égida para él y su esposo pero en cuatro ocasiones se la negaron, pues no ofrecían sus servicios a parejas del mismo sexo. (Suministrada)


Viejos y viejas queer, una población creciente


La población de Puerto Rico está envejeciendo aceleradamente. El Censo de Estados Unidos estimó en el 2014 que el 22% de la población boricua –es decir, 800,572 personas– tiene 60 años o más. Otro documento, el Informe del Congreso Retos Adultos Mayores 50+ LGBTT en Puerto Rico, realizado por AARP, estima que para el 2020 la población de adultos mayores representará el 25.5% de la población puertorriqueña.

No existen estadísticas en Puerto Rico en cuanto a miembros de la comunidad LGBTTQ mayores de 60 años. No obstante, en Estados Unidos, la Administration on Aging ha calculado que abarca entre 1.75 a cuatro millones de personas aproximadamente.

En Puerto Rico mucho se habla de la vejez y de los derechos que tiene esta población, pero en ocasiones se olvida que también son personas que disfrutan –y manifiestan– su sexualidad. El ejemplo más evidente son los centros y programas para personas longevas que son pensados exclusivamente para heterosexuales.

Diálogo llamó a los cuatro centros de cuidado que Benito quiso ingresar. El Hogar Nuestra Señora de la Providencia dijo que no acepta parejas del mismo sexo porque “la visión del hogar es católico. Sí aceptamos matrimonios que sean por la iglesia”.

La Égida de las Enfermeras y el Hogar Nuevo Horizonte admitieron que sí brindan servicios a parejas del mismo sexo. No conseguimos comunicación con el Edificio Petroamérica Pagán de Colón.

Se hizo, además, diez llamadas a centros de cuidados y égidas en el área de San Juan y solo uno, ubicado en Hato Rey, dijo no brindar servicios a parejas homosexuales.

Los casos, empero, evidencian todo lo contrario: el discrimen hacia esta población persiste.

Vale mencionarse el reto que implicó dar con viejos o viejas queer que contaran sus experiencias de discrimen. Esto no supone que no existan más personas: las hay, pero se negaron a dar las entrevistas, a excepción de Benito.

Los silencios también hablan y dicen mucho más que las palabras.

El discrimen como violencia estructural


Sucede que estos viejos pertenecientes a la comunidad LGBTTQ “son los llamados baby boomers que vivieron el discrimen histórico por su orientación sexual, y ahora en la adultez se suma el ser adulto mayor, lo que implica una doble vara, una doble discriminación”, explicó Mabel López Ortiz, catedrática del Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPRRP).

Esta discriminación también se ve en los centros de cuidado para personas de edad avanzada porque “muchos de estos son cristianos. El cristianismo no armoniza con la homosexualidad o la diversidad sexual” y quienes administran estos espacios “no lo va a permitir y van a tener sus reglas”, sumó la doctorada en la Universidad Complutense de Madrid.

Anterior a la Ley 22 de 2013 –que prohíbe el discrimen por orientación sexual– y la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos en junio de 2015 –que legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo– el Departamento de la Vivienda no ofrecía ayuda a parejas del mismo sexo.

A modo de ejemplo, López Ortiz narró la historia de una pareja de lesbianas que conoció donde una de ellas estaba en cama, y aun así tenían que ocupar apartamentos distintos, pues no les permitieron vivir juntas.

“La poca sensibilidad que hay frente a la invisibilidad histórica de esta población, y el estereotipo de que son solo los jóvenes quienes son gays, lesbianas, bisexuales o trans, provocó que desde ese estereotipo el mismo Estado no se preparara para esto. Creo que es una violencia estructural el no permitir que las personas y las parejas del mismo sexo puedan convivir bajo el mismo techo en un asilo, en una vivienda”, enfatizó la catedrática.

Asimismo, Pedro Julio Serrano, activista por los derechos humanos, añadió que “hemos visto casos de parejas LGBTT que se han tenido que separar porque no aceptan que ellos vivan como pareja en una égida, en un home, y eso es inhumano”.

El director ejecutivo de Puerto Rico Para Tod@s, organización sin fines de lucro que lucha por la igualdad de derechos y la inclusión de las comunidades LGBTT, resaltó el hecho que su abuelo, quien falleció en mayo, era gay y vivió ocultándolo toda su vida por miedo al discrimen. “Quien único lo sabía era yo. El tener que vivir esa invisibilización, eso también hay que combatirlo”, apuntó.

“La gente gay somos gente de carne y hueso como cualquiera", reafirmó Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Coalición de Coaliciones. (José Karlo Pagán / Diálogo)

El regreso al clóset


Pero no solo son viejos –o viejas– y queer.

Según el informe de AARP, “las personas adultas mayores LGBTT tienden a ser más pobres, a tener menos salud y a vivir más frecuentemente solos y sin familia”.

Con lo anterior coincide Francisco Rodríguez, director ejecutivo de Coalición de Coaliciones, organización sin fines de lucro en pro de las personas sin hogar en Puerto Rico, quien aseguró que “por lo menos, del 25% al 30% de nuestra población es mayor de 50 años. Y tengo gente tan mayor como 95 años”, de las que un alto número son personas de la comunidad LGBTT.

Rodríguez también ha tenido que lidiar con casos de discrimen. “Una pareja que llevan veintipico de años se quieren ir a vivir juntas a un condominio de estos porque sus ingresos no le dan, y pretenden alquilarle dos apartamentos porque perturban a la comunidad”, narró con disgusto.

Y este es otro problema al que se han tenido que enfrentar los viejos y viejas de la comunidad LGBTTQ: un regresar al clóset para poder recibir los servicios de cuidado y salud.

“Cuando tú pasas los 60 años y tú eres un obrero y el presupuesto de tu vejez es un cheque de 500 pesos del Seguro Social, básicamente dependes de la caridad. Sobre todo, cuando tienes que enfrentar problemas de salud física. Entonces, si tenemos a una persona enferma que tiene pocos ingresos y tiene que irse a un hogar de estos de vivienda, enfrenta tener que volver al clóset para que lo dejen tranquilo”, sostuvo Rodríguez.

El director de la oenegé denunció asimismo el modo en que se negoció el proyecto de ley 238 –la eventual Ley 22 de 2013– porque dejó fuera el discrimen por orientación sexual a la hora de solicitar vivienda.

Sin embargo, el Departamento de Vivienda federal promulgó lo que se conoce como la Ley de Vivienda Justa, diseñada para prevenir el discrimen en el acceso a viviendas a todos aquellos que gocen de fondos federales.

Consecuentemente, queda prohibido que quien recibe fondos federales –sea un administrador o, en este caso, una égida o asilo– le niegue servicios a personas por su orientación sexual.

No obstante, Rodríguez acusó que actualmente “la realidad es que nuestra comunidad está pasando por mil penurias y no tenemos una comunidad gay que apoye. Los adultos gays siguen teniendo sus problemas sin que haya una estructura de nuestra comunidad que los defienda, porque la agenda es –era– el matrimonio”.

“La gente gay somos gente de carne y hueso como cualquiera, que tiene desempleo, que está sin vivienda, que está en la calle, que se le niegan servicios de tratamiento de drogas, que se le niegan servicios de salud mental”, mencionó el activista, quien con su organización ha logrado que Puerto Rico reciba $25 millones en fondos para personas sin hogar.

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Original del publicado en Diálogo.

Atacar con poesía lo banal de la vida

lunes, julio 11, 2016 Comentar
Carolina Martínez Araya crea zines, publicaciones que construye a maquinilla y con trazos de sus dibujos, de sus fotos, de sus poemas, de ella misma. (Ricardo Alcaraz / Diálogo)
“No te agobies mi niña
nunca estarás sola
si a la tierra fértil
y al universo amplio
les das tu esencia”

Carolina Martínez Araya teclea su maquinilla tan hábilmente como si se tratara de una conversación. Su pensamiento fluye, y sus dedos transforman las ideas en palabras. De momento se detiene, sonríe, y continúa tecleando con su confidente, su amiga, su compañera fiel: la maquinilla.
“Yo me siento y siempre tengo algo que escribir, así, sin darme cuenta. La verdad es que yo no paro de escribir”, dijo.
Escribir, desde siempre, ha sido una estrategia de supervivencia.
Por eso de sobrevivir, hay personas que siguen la burocracia del sistema. Otras, como Carolina, simplemente buscan salir de él. La artista carolinense crea zines –palabra que proviene de magazine–, publicaciones independientes de tema libre que se destacan por ser más arte que literatura.
“Se trata de poder llevar información a todo el mundo que sea mucho más accesible, que no tengas que depender de editoriales –de nadie– y tumbar un poco lo que tenga que ver con la jerarquía”, enfatizó la fundadora de Proyectos karaya.
Carolina, de mirada profunda y alma libre, parece inofensiva, pero sus palabras provocan retumbos. Ella, tiene mucho que decir. Lo hace de forma análoga, construye sus zines a maquinilla, con recortes a tijeras de sus propios dibujos, con sus fotos y pegamento.
“Busco atacar con poesía lo banal y devolverle el contenido a la vida misma”, soltó, segura de sí misma. “Yo veo que con la poesía yo puedo rescatar el contenido de la vida, un poco como matar lo superficial, y siento la necesidad bien profunda de eso, de que la gente pueda sentir en colores, pueda pensar en símbolos y cuestionarse cosas”, expresó.

La incursión de Carolina en la creación de zines data del 2011, cuando un amiga residente en Estados Unidos le envió un zine de Cindy Crabb, tipo diario. “Ahí empezó todo”, aseguró la joven de 29 años, quien en sus comienzos hacía los zines en manuscrito pues no contaba con una maquinilla.
En el arte de Carolina subyacen como referentes Clarice Lispector y Anjelamaría Dávila. En sus zines deja fluir sus credos, enfocados en el veganismo, la agricultura alternativa, el cuestionamiento del género y la educación tradicional. Ella es partidaria de “todo lo que sea difundir la esencia”.
La artista no tiene un lugar predilecto para inspirarse. Tampoco posee un ritual de escritura. “Yo escribo en todos lados en verdad. Siempre tengo que estar creando”, apuntó, tanto así, que hasta cuando se aburría en clases, sacaba la cinta adhesiva y se ponía a crear. A fin de cuentas, sostuvo, lo único que se necesita para hacer zines es papel, intención y la necesidad de exponer.
Carolina hoy carga ideales muy distintivos a los de su crianza. Su instrucción primaria la recibió en colegios cristianos donde “sentía que nos estaban quitando el alma”.
Relató que tiene un núcleo familiar muy cristiano, de derecha, sin artistas, “y yo salí artista en un corillo donde hasta bailar es malo. A mí me impulsó todo a estar en contra del sistema”, inquirió la egresada de la Universidad de Puerto Rico (UPR), quien considera que el “sistema es una mierda”.
Así, buscando nuevos horizontes y modos de expandir sus ideales, se va a Argentina tras culminar su bachillerato en humanidades con especialidad en fotografía. Allí estuvo ocho meses tomando un taller de permacultura y luego otro de bioconstrucción.
Allá tocaba su guitarra en los metros de Buenos Aires. También conoció muchas personas que creaban zines, algunos de ellos para difundir ideales veganos y anarquistas. De todos se nutrió un poco.

Aunque en Puerto Rico sus zines se encuentran a la venta en Libros AC, Mondo Bizarro y La Chiwinha, Carolina afirma que lo más que le ha funcionado es la venta uno a uno. Por esta razón, Carolina va por las calles –con todos sus zines en la mano– ofreciéndolos a las personas.
La primera vez fue en 2014, en Santurce es Ley. “Yo me guindé una caja de cartón con una bandana que me até a la cabeza, la amarré a la caja y al frente del cartón decía: Zines. Nadie entendía. Todo el mundo me preguntaba, les explicaba y se volvían locos”.
Una experiencia gratificante que guarda de ese evento fue cuando una muchacha le preguntó que cuál zine le recomendaba, le buscó uno, se lo leyó y las lágrimas brotaron de sus ojos. “La interacción es bien íntima. Para mí, es bien mágico”, admitió.
Lamentablemente no todo son gratos momentos. Hace unos días, Carolina fue al Viejo San Juan a vender su arte, y cuando le preguntaba a la gente si les gustaba la poesía, al menos 15 contestaron que no.
“A mí se me hace bien difícil la cotidianidad en Puerto Rico. Yo siento que lo más profundo de nosotros está bien condicionado. A la mayoría de las personas las veo tan cuadradas y conformes con nada, o sea, con cosas materiales”, lamentó la poeta, quien vive de este proyecto, de los ‘chivos’ que le surgen, de la música y del arte gráfico. No todos a la vez, sino al ritmo que vayan surgiendo los trabajitos.

Antes de terminar con la entrevista, Diálogo tocó el tema de las casas editoras, a lo que Catalina comentó que “aquí, al igual que con la música, yo todo lo siento bastante inaccesible, o sea, es como que personas dicen ‘esto es mío, yo publico un libro, tú para publicar tienes que esperar’. Es una cuestión de élites”.
Pero Catalina no necesita de casas editoras. Catalina es libre, igual o más que su arte. Ella solo escribe. Escribe lo que piensa, lo que ve, lo que juzga.
“Uno de mis nortes es que [mis poemas] no se queden en mi cuaderno, porque si se quedan es como un círculo que no se completó”, culminó.
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Original del publicado en Diálogo

Don Juan y las manos del servicio

lunes, julio 04, 2016 Comentar
Tiene 81 años y ahora es que va a descansar, asegura don Juan, administrador del área norte del Jardín Botánico de la Universidad de Puerto Rico (Glorimar Velázquez / Diálogo).

Por el Jardín Botánico norte se pasea un hombre con gorra, algo encorvado, de paso lento, con sonrisa en el rostro. Ese hombre, tan trabajador como sabio, es su administrador, le llaman don Juan. De don Juan se podrían decir muchas cosas. Por ejemplo, que su nombre completo es Juan Alberto Rodríguez Rosado; que tiene 81 años, que lleva trabajando más de medio siglo; y que ahora, tras muchas, muchísimas, largas jornadas de servicio y dedicación, es que se va a descansar.

“He trabajado toda mi vida”, dice don Juan. “Me da pena retirarme, pero es demasiado ya”, expresa -más que con su boca- con su cara, algo acongojada, con sus manos bondadosas y con sus ojos, esos mismos ojos que han visto el desarrollo del área norte del Jardín Botánico de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en donde ha ofrecido sus últimos 21 años al servicio de todos.

Y cuando decimos al servicio de todos no exageramos.

Y es que Don Juan comenzó en el sistema UPR allá para el 1995, por invitación del propio presidente de aquel entonces, Norman Maldonado. Desde ese momento, no ha parado de estar vigilante para que todo funcione bien, es más, antes de realizar la entrevista pidió unos minutos pues “estaba arreglando las últimas tarjetas [de asistencia] para irlas a entregar”.

Para el 95, unas lluvias dañaron todo el edificio y don Juan estuvo aquí ayudando a trasladarlo todo a unos vagones que fueron habilitados como espacio temporal. Después, en el 98, para cuando aquel huracán -que bautizaron con el nombre de George- azotó la Isla, “estaba yo precisamente con el presidente y vinimos en un jeep chequeando todas las áreas”, narró.

Cuando a algún empleado se le quedan las llaves dentro de la oficina, lo llaman y don Juan deja lo que esté haciendo -aunque esté en su casa- y viene para resolver. “Cuando tengo un catarro fuerte y si me necesitan, aquí estoy yo”, añade ese hombre, a quien de tanto trabajar, ya ambas rodillas le fueron reemplazadas.

Don Juan no tacañea. Cuando cualquier artefacto se avería en el edificio y no puede esperar, él va, lo compra de su billetera, lo trae y lo monta. Y asegura, “lo importante era que funcionara, rápido, que no se quedara ahí parada la cosa. Después para cobrarlo se necesita a Dios y su ayuda”, ríe a carcajadas y continúa, “mucho dinero que no ha vuelto para atrás, mucho. Pero nada, todo porque se mantenga bien el edificio. Yo no escatimo en eso”.

Así, con la sabiduría de quien ha vivido mucho tiempo y ha podido ver más allá, añade, “yo siempre brego con eso porque a mí, las instituciones que quieren echar para adelante y no tiene el dinero, pues eso me duele, tú sabes, botando el dinero en otras cosas. Tú sabes cómo es el gobierno”.

Por tal razón, a las 5:30 de la mañana don Juan ya anda por los predios del Jardín Botánico para verificarlo todo. Empieza por el primer edificio que se encuentra por la urbanización Villa Nevares. Coteja que todas las cisternas estén trabajando. Entonces, pasa al preescolar para comprobar que no hay anomalías. Y cuando está todo bien, llega al edificio de la Editorial para constatar que todo anda funcionando, estar pendiente de la empleomanía, de los conserjes, verificar la asistencia y ubicarlos para el trabajo diario.

“De ahí para abajo es empezar a buscar las cosas que hay que comprar, buscar subastas, conseguir todos los productos. Todo eso me toca a mí”, afirma.

Y en ese trajín mañanero, la parada en la oficina de Diálogo es esencial. “Me encanta el café y más como lo hacen allá en Diálogo”, dice sonriendo, “yo con ellos no tengo cuentas, yo siempre los he ayudado, siempre he estado al frente, si hay un problema, aquí estoy yo”.

Con quien sí tiene cuentas es con el ingeniero que construyó el Centro de Desarrollo Preescolar inaugurado en el 2005. “Déjame decirte, ese edificio no fue supervisado bien por la junta de planificación de la Universidad. ¿Tú sabes lo que es eso? Preparan una cocina para hacer los alimentos de los niños y que falte la tubería de agua caliente, que se olvidaron ponerla. Fíjate tú, una cosa tan importante”, lamenta.

Más de medio siglo de trabajo


Pero cuando se ama lo que se hace, no hay excusa que valga, ni impedimentos que malogren tu trabajo. Así lo evidencia la vida de don Juan. Más de medio siglo de trabajo arduo.

“El primer trabajo mío, de jovencito, que cogí yo fue en una fábrica de mahones, que para ese tiempo eran un hit, al lado de la fábrica Goya y allí teníamos dos edificios enormes”, recuerda como si hubiese sido ayer y no a sus 20 años que fue cuando sucedió.

Luego de estar más de 30 años en la industria de la aguja, montó una empresa. “Yo fundé una fábrica, porque yo tengo la facilidad de la mecánica. Entonces, el yerno mío me dijo: ‘¿no te quieres venir para acá? Tengo una idea de poner una fábrica para hacer mayonesa, adobo, aceite y otros productos”.

Y así fue. Viajó a Miami, Florida, para tomar las ideas de cómo estaba la fábrica allá y la montó aquí en Puerto Rico. “Yo dejé allí mi pellejo completo. Lo dejé porque trabajaba de 6:00 de la mañana a ocho o nueve de la noche, cosa de mantener los costos bajos de mantenimiento y que salieran a flote y tuvieran una ganancia”, dijo así, sin pretensiones, ni egoísmos, más bien, con una mirada sincera.

Tras casi una década en la compañía, quiso probar nuevos bríos. Para don Juan no hay imposibles. Se fue a Bonnin Electronics, recuerda a carcajadas, “yo no sabía nada de electrónica. No sabía ni operar una computadora en venta, allí tuve que aprenderlo todo”.

*****

Suena su teléfono. Don Juan contesta: 

- “Eddie, ¿ya tú te vas?”, dice y me aclara que es su hijo con quien está hablando. 
- “Papi, necesito pedirte un favor”, se escucha por el altavoz, “voy por la tarde para allá, para que me hagas dos lazos de corbata”. 
- “Oye, ¿todavía tú no has aprendido? Está bien, está bien”, dijo con voz paternal don Juan y tras alguna otra conversación, enganchó.

Más allá, del don Juan trabajador, hay un don Juan padre, esposo, hermano, abuelo. Hay un incansable luchador por el bienestar de los suyos.

Es natural de Naranjito, pero cuando estaba en octavo grado su padre decidió mudarse al área metropolitana para que sus hijos pudieran ir a la escuela superior y a la universidad. Así, se mudan a Santurce, a la Fernández Juncos, cerca del Hospital Pavía, en la urbanización Hipódromo, recuerda don Juan con exactitud.

“Entonces, el destino… a Annie [su esposa] le da por irse al Sagrado Corazón para conocerme a mí. Yo fui al Sagrado Corazón, a terminar la high school allí. Y allí nos conocimos, nos hicimos novios, y mira, hasta el son de hoy. Tenemos 51 años de casado, eso lo dice todo, imagínate. No todo el mundo los cumple”, señaló.

Con ella, procrearon cinco hijos y “un paquete de nietos y biznietos”, añade con cierto tono de gracia.

Sin embargo, rápidamente sus ojos se aguaron. La mirada se perdió en la memoria y el tono de voz se tornó más ronco y pausado. Don Juan recordó a su hijo, quien con tan solo diez años falleció por un tumor en los centros respiratorios.

“Eso se infectó y no se podía tocar. Lo llevamos hasta Boston, pero no pudieron hacer nada. Poco a poco se fue deteriorando, tú sabes, al muchacho había que darle la comida por una manguerita directamente al estómago. Imagínate tú, todos los días ese proceso, estar con él, dándole oxígeno”, rememoró y cada vez hablaba más pausado, como quien todavía sufre la pérdida de un ser amado, en este caso, de su propio hijo. 

“Luché con la enfermedad de mi hijo, buscando tanques de oxígenos… buscando la forma de aliviarle, bendito, esa agonía porque eso es una agonía. Esa noche que murió, yo dormía al lado de él todo el tiempo, entonces de momento…”, don Juan hace una pausa, inhala hondo, pide disculpas por estar emocionado, un sollozo y continúa, “no oí la máquina, no la oí. Cuando despierto, la máquina estaba puestecita donde se pone siempre. Se quitó la maquinita y se entregó a papá Dios. Murió”.

Hubo un silencio. De esos que dicen mucho. De esos que se sienten en el corazón. De esos que transmiten la emoción de lo que la otra persona siente. En este caso más que dolor, era de un profundo amor.

Y este amor lo tiene por toda su familia. Don Juan es el menor de tres hermanos. El del medio, quien era médico -a propósito, el primero en tratar con la medicina nuclear en Puerto Rico-, murió hace unos años. Los ojos se le volvieron a humedecer al recordarlo, la voz casi no salí, pero alcanzó a decir: “Tengo que ir a visitar al otro hermano mío”. Este, el mayor, se encuentra en un centro de cuidado, tiene Alzheimer y ya está senil.

*****

- Entonces, don Juan, ¿y qué se lleva de todos estos años?, le preguntamos.

“Me llevo mucho trabajo y mucho mal rato con empleados. Los empleados del gobierno no son como los empleados de la industria privada. Aquí tú no puedes decirle algo que rápido dicen, ‘yo tengo que llamar a mi representante de la unión’, rápido te salen con esa. Y me mortifican porque ellos saben que están fallando. Entonces, los empleados no producen lo que tienen que producir”, declaró con ímpetu.

Sin embargo, el cariño que también le tiene a este edificio que -inauguró en el 1999- es grande. La mirada no miente y don Juan tampoco.

“Esto ha sido una lucha, ahora es que yo voy a descansar. Ya era tiempo, ¿verdad?” y cruzó sus manos, esas manos incansables, esas manos de servicio, esas mismas manos que se han levantado y han hecho patria. 
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Original del publicado en Diálogo