Yaleo en el tren de Madrid

lunes, agosto 24, 2015
8 de febrero de 2015
7:30 pm (en el tren de Madrid a Sevilla)




¿Pensaban que en Puerto Rico o en Latinoamérica era el único lugar en el que existían las “yales”? Pues se equivocan. Frente a mí, estaban sentadas dos mujeres: la del pasillo era rubia de tinte, con voz chillona; la de la ventana, pelinegra, con uñas postizas y una voz ronca. Eran las únicas descripciones que en esos momentos alcanzaba a ver. Ambas altaneras, “parceleras” y peleonas. 

Cuando subí al tren no me había percatado de ellas, pues estaba tratando de encontrar mi asiento, acomodar mi maleta, quitarme el abrigo y pensaba en el libro que me había acabado de comprar: La fiesta de la insignificancia de Milan Kundera. No fue hasta que la rubia gritó a viva voz: “Mi vida, no te preocupe’, ya te “waseo" cuando llegue a Sevilla”, que me percaté de sus existencias. 

¿Que te waseo? Me pregunté. 

“Que me he ido para Sevilla a trabajar, eh”, continuó la rubia mientras contestaba otra llamada. “Y esto nadie lo sabe chaval. ¿Sabes lo que le he dicho a mi madre? Que me he venido a una boda”, vociferaba mientras yo trataba de leer mi nueva adquisición. Habían pasado casi 30 minutos y todavía iba por la página 20, no podía concentrarme con aquella conversación tan peculiar. 

Como si fuera poco, la pelinegra hizo su gran debut. “Oye tío, te estoy llamando porque me vine para Sevilla y quiero saber qué vamos a hacer con el nene”, dijo con una mezcla de acento dominicano y sevillano al mismo tiempo. Y sí, tiene un hijo y en varias ocasiones hizo ademán de que solo era “su” hijo porque ella lo había parido. “Claro que yo quiero a mi hijo, yo lo parí, ¿qué tú te crees, qué eso no dolió?, pronunció claramente y lo más seguro lo escuchó hasta el vagón 5 (nosotros andamos en el 11). “Al igual que tú trabajas por tu hijo (porque mientras él trabaje y le pase la pensión es, entonces, el hijo de ambos), pues tío, yo también voy a trabajar por él”, le reprochaba. Mientras se acaloraba la conversación todos esperábamos con ansias cuál sería aquel final, ¿quién se quedaría con el hijo? “Que tú sabe’ que mi madre trabaja y no se puede quedar con el niño. Quédate con él entonces los fines de semana”, continuaba. Finalmente sentenció: “Te dije que yo no quería tener un hijo. Tú me jodiste la vida con eso [con el hijo], pero ahora te la voy a joder yo a ti. Me va’ a pagar todos esto’ sufrimientos que me ha’ causa’o”.

¿Dónde quedó ese celo de madre del cual tanto alardeó al comienzo de la conversación?

Simultáneamente, la de la voz chillona y pantallas largas de oro, bueno, de color oro, que le alcancé a ver, además de su cara más maquillada que la de Sila Calderón -me daba la impresión que estás dos habían conseguido trabajo de modelos, o quizá, de vendedoras de maquillajes en el Corte Inglés, o quién sabe si eran dos famosas “youtubers” de bellaza- nos contaba de sus aventuras sexuales con el “bouncer” de la disco que visitó anoche. “Nena si yo ni he dormi’o”. Sin embargo, me ahorro todos los detalles de los cuales tanto recién nacidos, niños, jóvenes, adultos y viejos nos enteramos. Quién sabe cuántos hicieron cerebrito con sus anécdotas y cuántos se mojaron con aquella historia inacabable o … ¿insaciable? 

Mientras esto ocurría Kundera me recordaba en la página 23: “No te rías. No es fácil hablar sin llamar la atención. Estar siempre presente gracias a la palabra y no obstante permanecer “inoído”, eso requiere virtuosismo!” 

Suena una canción reconocida a mis oídos. Era reggaetón. Sí, la pelinegra de pantalón rosa con “animal print" tenían de “rington” una canción de reggaetón boricua, pero gracias a todos los poderes universales, astrales, míticos, fuerzas del bien o del mal, ella decidió ignorar la llamada. 

Ya se callaron y espero que continúen así el resto del viaje. 


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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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