Un día en el Paseo de Diego

viernes, marzo 14, 2014
El reloj marcaba las 12 de mediodía y el Paseo de Diego se convierte en un solitario desierto que emana una mezcla de olores a orín, hamburguesas, empanadillas y “hot dogs”. Entre pocas estructuras remodeladas y edificios en pedazos, despintados y deteriorados por el tiempo, se encuentra el antiguo, abandonado e imponente centro comercial que, para la clase media baja y pobre, aludía a un “Plaza las Américas”.


En un hueco húmedo y obscuro que se forma entre dos edificios abandonados, se encuentra Alfonso, quien no quiso ser identificado por ser un dominicano indocumentado que posee, hace ocho meses, un puesto de verduras y frutas que con sus clores verde, amarillo, anaranjado y rojo invitaban a darle un mordisco en ese mismo instante. “Las ventas están ahí” reprochaba al no poder poseer un negocio dentro de la Plaza del Mercado.

Los alcaldes no se preocupan por esa clase social que está abandona por todos, al igual que se encuentra el Paseo de Diego. 

El Paseo de Diego, conocido por sus económicas tiendas y centro de compras para los menos asalariados, se encontraba, ayer, como alma en pena. Se paseaban por él algunos estudiantes, transeúntes que querían llegar a la plaza, al tren o a la universidad y uno que otro comprador. Evidentemente ya el paseo no tiene el mismo poder económico que representaba años atrás.


¿Las ventas han bajado? Le preguntaba a Bregitte Lebrón, trabajadora y dueña de los negocios El Rey de las Flores y El Granero en la Plaza del Mercado (que se encuentra en la calle José de Diego), mientras llegaba el olor a frutas frescas y sofrito, que se mezclaba con el del arroz con habichuelas que se está comiendo un obrero justo al lado. “Mucho” respondía Lebrón con cara de lamento mientras me confirmaba que las multinacionales, como Wal-Mart. Han provocado que sus ventas vayan en descenso cada día más. “Tienen más especiales porque compran más que nosotros” fue lo último que, frustradamente, alcanzaba a decir antes de que llegara su primer cliente en los últimos 30 minutos de la visita en el lugar.

Mientras los negociantes de la Plaza del Mercado, como Bregitte Lebrón, se quejaba por las multinacionales, en la calle de Diego hay varios negocios ambulantes que tratan de subsistir clandestinamente huyéndole al Departamento de Hacienda. 


En medio de esta lucha invisible a los ojos de muchos, donde las multinacionales desplazan a los negocios pequeños y estos a su vez a los vendedores ambulantes que tratan de buscar el pan para su familia, se encuentra un factor que pase de ser percibido en el Paseo de Diego y en la calle que lleva el mismo nombre, son los decenares de indigentes que se pasea y viven en ella tratando de conseguir la pesetita y el pesito para poder saciar sus necesidades.

En una esquina se encuentras Abdiel, quien sufre de hepatitis y posee una gran cicatriz en la cabeza del tamaño de una pelota de “baseball”. “Al principio da pa’ comer, después no da ni pa’ el vicio” contaba mientras su mirada se perdía en un universo al cual yo no podía llegar. “A las cinco de la mañana [me levanto], ‘esmaya’o, enfermo por la adicción…” narraba.

Mientras en el paseo todos buscan sus intereses económicos para subsistir y critican al gobierno por no ayudar a los de aquí y abandonarlos a su suerte, también hacen lo mismo los deambulantes. De la única manera que ellos sobreviven es con el dinero que puedan recoger en el día, y si de Diego cada vez está más solitarios, ¿de dónde van a sacar el pesito? El paseo de Diego tiene que revivir nuevamente, no solo por nuestros pequeños comerciantes sino por todos los que viven de él. 


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Trabajo para clase de Redacción Periodística I. 

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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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