El reloj marcaba las 12 de mediodía y el Paseo de
Diego se convierte en un solitario desierto que emana una mezcla de olores a
orín, hamburguesas, empanadillas y “hot dogs”. Entre pocas estructuras
remodeladas y edificios en pedazos, despintados y deteriorados por el tiempo,
se encuentra el antiguo, abandonado e imponente centro comercial que, para la
clase media baja y pobre, aludía a un “Plaza las Américas”.
En un hueco húmedo y obscuro que se
forma entre dos edificios abandonados, se encuentra Alfonso, quien no quiso ser
identificado por ser un dominicano indocumentado que posee, hace ocho meses, un
puesto de verduras y frutas que con sus clores verde, amarillo, anaranjado y rojo
invitaban a darle un mordisco en ese mismo instante. “Las ventas están ahí”
reprochaba al no poder poseer un negocio dentro de la Plaza del Mercado.
Los alcaldes no se preocupan por esa clase social que está abandona por todos, al igual que se encuentra el Paseo de Diego.
Los alcaldes no se preocupan por esa clase social que está abandona por todos, al igual que se encuentra el Paseo de Diego.
El Paseo de Diego, conocido por sus económicas tiendas y centro de compras para los menos asalariados, se encontraba, ayer, como alma en pena. Se paseaban por él algunos estudiantes, transeúntes que querían llegar a la plaza, al tren o a la universidad y uno que otro comprador. Evidentemente ya el paseo no tiene el mismo poder económico que representaba años atrás.
¿Las ventas han bajado? Le preguntaba a Bregitte
Lebrón, trabajadora y dueña de los negocios El Rey de las Flores y El Granero
en la Plaza del Mercado (que se encuentra en la calle José de Diego), mientras
llegaba el olor a frutas frescas y sofrito, que se mezclaba con el del arroz
con habichuelas que se está comiendo un obrero justo al lado. “Mucho” respondía
Lebrón con cara de lamento mientras me confirmaba que las multinacionales, como
Wal-Mart. Han provocado que sus ventas vayan en descenso cada día más. “Tienen
más especiales porque compran más que nosotros” fue lo último que,
frustradamente, alcanzaba a decir antes de que llegara su primer cliente en los
últimos 30 minutos de la visita en el lugar.
En medio de esta lucha invisible a los ojos de muchos, donde las multinacionales desplazan a los negocios pequeños y estos a su vez a los vendedores ambulantes que tratan de buscar el pan para su familia, se encuentra un factor que pase de ser percibido en el Paseo de Diego y en la calle que lleva el mismo nombre, son los decenares de indigentes que se pasea y viven en ella tratando de conseguir la pesetita y el pesito para poder saciar sus necesidades.
En una esquina se encuentras Abdiel, quien sufre de hepatitis y posee una gran cicatriz en la cabeza del tamaño de una pelota de “baseball”. “Al principio da pa’ comer, después no da ni pa’ el vicio” contaba mientras su mirada se perdía en un universo al cual yo no podía llegar. “A las cinco de la mañana [me levanto], ‘esmaya’o, enfermo por la adicción…” narraba.
Mientras en el paseo todos buscan sus intereses económicos para subsistir y critican al gobierno por no ayudar a los de aquí y abandonarlos a su suerte, también hacen lo mismo los deambulantes. De la única manera que ellos sobreviven es con el dinero que puedan recoger en el día, y si de Diego cada vez está más solitarios, ¿de dónde van a sacar el pesito? El paseo de Diego tiene que revivir nuevamente, no solo por nuestros pequeños comerciantes sino por todos los que viven de él.
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Trabajo para clase de Redacción Periodística I.
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