Esa tarde en el Muelle de Azúcar...

sábado, enero 02, 2016


Estábamos en Aguadilla, en nuestros días de reencuentro -que hacemos cada vez que podemos para compartir y ponernos al día de lo que acontece en nuestras vidas-, y esta vez nos dio con ir al Granero o Muelle de Azúcar de dicho pueblo. 

Joshua, quien estudia en el pueblo de los tiburones y quien presta su apartamento para nuestros reencuentros- sabía el camino, aunque nunca había entrado. Así que el último día, antes de volver cada uno a su realidad y celebrar las fiestas navideñas cada cual con su familia, fuimos hasta allí. 

Llegamos por la carretera PR-111, quedábamos seis y andábamos en tres carros. Aun así, pudimos estacionarnos al frente. Al parecer, ese día no habían muchos curiosos. Entramos por el granero que se impone desde la calle. Aquel que guarda nuestra historia de aquella época en la que producíamos, aquel icono de nuestra "época dorada". Escuchamos ruidos extraños, pero no quisimos prestarles atención. 


El Muelle de Azúcar, es una edificación abandonada. Con sus aceros consumidos por la sal, denota el tiempo que ha estado allí presente aquella aparatosa estructura que cerró sus puertas en 1976. 

Entramos en él buscando el túnel o las escaleras que nos llevarían hasta el muelle, pero fue en vano. Luego de pasar uno a uno por puentes mohosos que cedían a cada paso que dábamos, con la misma paciencia, viramos. 


María estaba decidida a encontrar el camino que nos llevaría hasta allá. De hecho, lo encontró. No era ningún túnel, ni escaleras, ni pasadizo, ni puerta... era una montaña de piedras que teníamos que descender por medio de una soga. 

Rafa no lo pensó y fue el primero en bajar. Nosotros -los mortales- tuvimos que con nuestra calma, descalzos y venciendo el miedo, bajar con mucho cuidado sujetados de la cuerda. Pero lo hicimos. Total, no es nada del otro mundo. Solo que apareció otra cuerda y otra pequeña cuesta que bajar. 

No más lo hicimos y se mostró ante nosotros, entre olas y como perdido en el tiempo, el Muelle de Aguadilla. 

Unos, nos quedamos en la playa disfrutando de la relajante vista que se apacigua con el vaivén de las olas, otros, no se conformaron con solo llegar. Así que volvieron a subir y treparon por aquellos vigas corroídas, quizá a unos 80 pies de altura,  para llegar hasta la otra punta del muelle por más aventura y adrenalina. 

Así lo hicieron. Se lanzaron al agua, nadaron y sobre todo encendieron el Snapchat y el Periscope para hacer alarde de su valentía. 

Yo... pues yo espero volver pronto y lanzarme también. 


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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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