Un guerra de miedos y el de la muerte es más fuerte

sábado, septiembre 05, 2015
Esta semana se ha desbordado el vaso, se ha desbordado el mar. El Egeo ya no aguanta más muertos. Los deja en la orilla. Los despide con olas. 

Las imágenes del pequeño Aylan Kurdi de tres año de edad -en la orilla de la playa turística Ali Hoca Burnu en Turquía- recorrieron el mundo. La humanidad se estremeció, muchos lloraban y los más cercanos gritaron. Esa noche, junto a él, otros cuatro niños murieron. Viajaban hacia la isla griega de Kos junto a 18 inmigrantes más. Huían de las balas, de las bombas, de la guerra, hacia un nuevo comienzo, hacia una nueva vida. Pero el mar se los tragó, les quitó el sueño y los depositó en la arena. 

Foto que estremeció la humanidad. (Reuters/Nilufer Demir)

Desgraciadamente, estas muertes no dejan de ser parte de las más de 3,000 que se han producido este año en las costas europeas. Además, la semana pasada murieron 50 personas asfixiadas en la bodega de un barco. Otras 70 se encontraron muertos dentro de un camión en Austria. El viernes, se registraron otros dos naufragios y más de 100 muertos. 

Aun así, las fronteras se siguen construyendo. Murallas, alambres, palos y cuchillas se siguen levantando, siguen matando. 

Los europeos consternados quieren que se salven, que no mueran, que vivan… pero que no lleguen a sus tierras, que se vayan a otra parte, que desaparezcan, que no le quiten sus recursos. No los quieren ver en sus calles, en el metro, en sus escaleras… No los quieren ver “pedir”, “mendigar”,  “delinquiendo”, “usando su sanidad”, “ocupando sus plazas de trabajo” o “la  de sus hijos en los colegios”. Sencillamente: no los quieren. 

Cuando estuve en España tuve la oportunidad de hablar con muchas personas, la mayoría -desgraciadamente- de derecha, izquierda y centro: hablaban mal de los turcos, de los rumanos y de los gitanos. Trataban de meterme miedo, miedo al extraño, al otro. El mismo miedo que le inculcan a sus hijos, a su familia, a sus vecinos y a la sociedad. 

Y es que esto se ha convertido en una guerra de miedos. 

Lo que no se percatan es que el miedo de “los otros” es más fuerte que el de ellos. El miedo de vivir peor de lo ya vive Europa contra el miedo a morir. El miedo de compartir lo poco que les queda contra el miedo al hambre, a la desnutrición. El miedo de dar contra el miedo de no poder superarse, de no tener un mañana, de no poder ofrecerle a su familia una vida digna. El miedo de vivir contra el miedo a morir -y el miedo a la muerte supera todo-. 

El miedo a la muerte ha hecho que muchas familias arriesguen hasta su propia vida por anhelar una mejor. Ha hecho que miles de personas emigren de su país sin equipajes, sin víveres, solo cargando con el miedo a morir. 

Esto también está pasando en México, Estados Unidos, Venezuela, Colombia… En Puerto Rico. 

El mundo entero debe entender que ni las murallas, ni las balas, ni los arrestos, ni los gases, ni la vigilancia podrán detener el miedo a la muerte. Esto no es una guerra contra “los otros”, se ha convertido en una guerra contra la propia vida. 

Un niño ha muerto. Miles de personas ha muerto. Con ellos, poco a poco se va muriendo la humanidad. Debemos tomar consciencia, como lo han hechos los países escandinavos, y asumir este problema desde el amor que es lo que nos hace humanos o acabaremos todos deshumanizados.

Foto de @AzzamDaaboul en Twitter

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XXII. Casado con la vida y amante de la comida. Boricua. Viajero. Periodista en formación.

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